Al no tener a la mano un tratado general de construcción, me será difícil hablar de las funciones operativas de la máquina del Doctor Hoffman. Pero no importa, dudo que su propio inventor –el curioso Doctor Hoffman– las supiera en realidad. En un principio tal vez la sabía, después no, eso me queda muy claro…
Ayer, el Doctor Hoffman me despertó a las tres de la mañana. Había terminado la máquina. Quería que yo estuviera presente en la primera demostración. En la sala había montado un ridículo escenario isabelino. Arrancó las pesadas cortinas de terciopelo mentolado y las tendió como si fuesen los telones. Entonces, comenzó a darme una aburrida conferencia en ropa interior acerca de los principios y suposiciones teóricas aplicadas en el desarrollo de su extraña máquina. Después me anunció con entusiasmo que era la primera vez que era puesto a funcionar su invento. El invento de inventar inventos.
Gerardo Arana