Será que mi niñez fue subrayada por la soledad. Será que en aquellos domingos en el molino El Fénix, donde viví los primeros doce años de mi vida, descubrí la magnitud inacabable del silencio. Serán aquellos paseos matinales por el Cerro de las Campanas, entre árboles y sin autos ni gente, que me hacían rencontrarme conmigo y planear, con tiempo y sin prisas, los pasos a seguir.
Casi todos los días de las semanas de mi niñez me acompañó un ruidito permanente y de fondo: el de las máquinas del molino, que en su persistente tarea de moler trigo ronroneaban con insistencia. Pero los domingos, el día de descanso obligatorio e irrenunciable, las máquinas paraban y se descubría el silencio, un silencio auténtico y profundo, hoy realmente añorado. Manuel Naredo.