1995 / 23 oct 2018 21:42
De aquel renacentista conjunto de educadores, filósofos, pintores, escultores y escritores de que se rodeó Vasconcelos en la Secretaría de Educación surgió una generación de poetas cuya obra, unida a la de otros hasta entonces aislados, llevará plenamente a una nueva estación a nuestra literatura: el vanguardismo.
El grupo de Contemporáneos –así llamado por el nombre de la revista más importante que crearon (1928-1931)– no era, por otra parte, una generación inicialmente homogénea. En él vinieron a reunirse Carlos Pellicer, Bernardo Ortiz de Montellano, Octavio G. Barreda, Jaime Torres Bodet y José Gorostiza, que en su adolescencia había formado la traviesa revista San-Ev-Ank (1918), y en 1919 habían formado, la mayoría de ellos –más Enrique González Rojo, Luis Garrido, Luciano Joublanc Rivas, Francisco Arellano Belloc, Miguel D. Martínez Rendón, Ignacio Barajas Lozano y Martín Gómez Palacio– un nuevo Ateneo de la Juventud, de corta vida, pero que tuvo su propia antología, Ocho poetas (1923); y, algunos de ellos, años más tarde, publicaron La Falange (1922-1923) –revista que seguía la línea ideológica de Vasconcelos y la poética de González Martínez–, con Xavier Villaurrutia y Salvador Novo que escribían en Ulises (1927-1928), penetrados ya de las nuevas inquietudes literarias. Sus primeros libros fueron definiéndolos pronto como de una sensibilidad afín y, a pesar de sus soledades y diferencias, llegaron a formar uno de los grupos literarios más idóneos y valiosos.
Los caracterizó su preocupación exclusivamente literaria y los límites que impusieron a su formación cultural. En ella privan las letras francesas modernas, con predilección las del grupo de la Nouvelle Revue Française, y en menor grado, la poesía española posterior a Juan Ramón Jiménez y la estética de los nuevos prosistas y pensadores de la Revista de Occidente. Junto a estos elementos de la formación de los Contemporáneos debe añadirse, aunque no sea común a todos, la frecuentación de los nuevos autores ingleses, estadunidenses, italianos y, ocasionalmente, hispanoamericanos. Mucho deben también al ejemplo de la rica y flexible prosa de Alfonso Reyes y a su incitación hacia todos los caminos del mundo que él practicó a lo largo de su obra.
Interesó particularmente a algunos escritores de esta generación el teatro. Las primeras experiencias de aclimatación del drama contemporáneo fueron realizadas por ellos y suyo es el esfuerzo teatral más importante en aquellos años. También los atrajo la pintura. En torno al grupo se formó una promoción de pintores mexicanos que, renunciando a lo monumental instaurado por los maestros de nuestra pintura moderna, se esforzó por volver a un arte menos ambicioso y más limitado e intenso: Rufino Tamayo, Julio Castellanos, Miguel Covarrubias, Manuel Rodríguez Lozano, María Izquierdo, Agustín Lazo, Carlos Mérida, Carlos Orozco Romero. Y surgió también entonces un fotógrafo excepcional, Manuel Álvarez Bravo.
Pero, a pesar de sus múltiples curiosidades y de sus interesantes obras narrativas, dramáticas, ensayísticas y críticas, el mayor impulso quedó adscrito a la poesía. A sus dones líricos originales supieron sumar su experiencia cultural y un afán de lucidez y perfección, y así pudo ser posible la extraordinaria y variada aportación poética que han legado a nuestras letras. Si se les tacha de limitados, es preciso reconocer que supieron ser intachables artífices en su campo; y si se recuerda que, durante los años de su acción como grupo, vivieron voluntariamente extraños a la realidad de su tiempo y de su patria, habrá que aceptar que no ignoraron ninguna de las manifestaciones estéticas que pudiesen fertilizarlos. Su legado más importante a nuestras letras es una escuela de rigor literario y una curiosidad universal por el arte nuevo, lecciones que ilustraron provechosamente a sus más dotados continuadores y cuya huella, aceptada o rechazada llegó a señalar, en las generaciones posteriores, a quienes tenían una significación.
Otros “Contemporáneos"
Merecen rescatarse y apreciarse las obras de dos poetas de esta época: Anselmo Mena (1899-1958), poeta y diplomático, autor de Adioses (1932), Poesía (1934), Romance de gavilanes (1934), Vida interior (1935) –su poema más logrado– y 5 sonetos (1940). Además, hay poemas y ensayos dispersos de Mena en las revistas Fábula, Contemporáneos, Letras de México y El Hijo Pródigo. Genaro Fernández Mac Gregor le dedicó, a su muerte, un hermoso artículo: “Un poeta que rompió su lira” (El Universal, 21 de julio de 1958). Y Enrique Munguía (1903-Ginebra, Suiza, 1940), poeta, ensayista, traductor y diplomático. En verso escribió Astillas de los vientos (La Habana, 1928), Marina con retrato de mujer (1930), Caras en ébano (Estocolmo, 1934), Poema del héroe (París, 1935) y Temas del amor mestizo (1937); y en prosa, Exposición de fuga (Estocolmo, 1933), Propósitos sobre la lectura (Estocolmo, 1933), un estudio sobre relaciones internacionales y otro sobre el problema agrario de México. Munguía fue uno de los primeros traductores de The Waste Land de T. S. Eliot, que tituló “El páramo” (Contemporáneos, julio-agosto de 1930), y tradujo al inglés Los de abajo de Mariano Azuela, que llamó The Under Dogs (New York, Brentano’s, 1929), con ilustraciones de José Clemente Orozco y prólogo de Carleton Beals. Sobre Munguía escribieron Octavio G. Barreda (Letras de México, 15 de abril de 1940) y Octavio Paz, “Rescate de Enrique Munguía” (Vuelta, 142, septiembre de 1988) quien reprodujo el “Poema del héroe”.
Genaro Estrada (1887-1937) que realizó importante labor histórica y diplomática, repartió su obra literaria en varias épocas y tendencias. En su juventud formó la excelente antología Poetas nuevos de México (1916); más tarde participó en el colonialismo (Visionario de la Nueva España, Fantasías mexicanas, 1921, y Pero Galín, 1926) y, finalmente, publicó un grupo de libros poéticos de atemperado y fino vanguardismo, por lo que merece situársele al lado del grupo de Contemporáneos. Su poesía, narrativa y crítica las reunió Luis Mario Schneider en Obras (1983), con una selección de textos sobre don Genaro. Se deben también a Estrada buenas traducciones de autores franceses y el haber sido uno de los más generosos animadores con que contaron los escritores de esta generación.
Renato Leduc (1897-1986), “nuestro gran poeta popular”, según Carlos Monsiváis, fue un periodista de profesión que escribió poemas y relatos con vivo ingenio y malicia literaria. Su esencial sentimentalismo se transfigura en humor y burla popular, en cachondez y a veces en pornografía. “Su inspiración –dice Edmundo O’Gorman– deriva de la vida de la ciudad que siente como tan suya: vida popular y callejera, pero al fin y al cabo, vida auténtica”. Sus libros originales, de tiradas muy cortas, El aula (1929), Unos cuantos sonetos… (1932), Algunos poemas deliberadamente románticos (1933), Poema del Mar Caribe (1933), Prometeo (1934), Breve glosa del Libro de Buen Amor (1939), Versos y poemas (1940), Desde París (1942), xv fabulillas de animales (1957) y Catorce poemas burocráticos y un corrido reaccionario (1964); y los de prosa, Los banquetes (1932) y El corsario beige (1940), se han reproducido separados o en antología, con excepción del lépero y divertido Prometeo, nunca reimpreso, al parecer. El conceptista soneto de Breve glosa, llamado “Aquí se habla del tiempo perdido que, como dice el dicho, los santos lo lloran”, y que comienza “Sabia virtud de conocer el tiempo”, corre convertido en canción y es muy popular. Falta una buena edición completa de la obra de este poeta ingenioso y divertido.
Los ensayos filosóficos de Samuel Ramos (1897-1959) se orientaron preferentemente hacia temas de estética moderna (El caso Strawinsky, 1929, Diego Rivera, 1935), hacia la formulación de una teoría general estética (Filosofía de la vida artística, Buenos Aires, 1950, y Estudios de estética, 1983) y hacia la indagación de la idiosincrasia del mexicano (El perfil del hombre y la cultura en México, 1934, 1937, 1951). Partiendo de los rumbos señalados por su maestro Antonio Caso –con quien sostuvo una polémica famosa–, Ramos fue el iniciador de una caracterología del hombre de México. Cuando Ramos publicó en la revista Examen, en 1932, “Psicoanálisis del mexicano”, capítulo de su libro en preparación que iba a llamarse El sueño de México, en lugar de El perfil del hombre… –capítulo en que describe las obsesiones sexuales y la fanfarronería del “pelado”–algunos periodistas calificaron a su autor de “escritor soez e inmoral” y al ensayo como “carne de tribuna correccional”. En años posteriores, un grupo de nuevos filósofos llegará a convertir las indagaciones propuestas por Ramos en tema general de sus reflexiones.
El esfuerzo teatral, alentado por el grupo de Contemporáneos, tuvo algunos aliados sin cuya contribución hubiera sido imposible esta obra. A Celestino Gorostiza (1904-1967) se deben algunos de los más inteligentes esfuerzos en pro de nuestro teatro, tanto por sus obras originales y traducidas, como por su eficacia en la dirección escénica.
Rodolfo Usigli (1905-1979), poeta (Conversación desesperada, 1938 y Tiempo y memoria en Conversación desesperada, selección y prólogo de José Emilio Pacheco, 1981), traductor de Eliot, ensayista y crítico brillante, y autor de una morbosa y bien conducida novela policíaca (Ensayo de un crimen, 1945) que Luis Buñuel llevó al cine en 1955, y de un fascinante relato onírico, Obliteración (1973, con 22 láminas de Sofía Bassi), es, además, el dramaturgo mexicano más importante de estos años. En la comedia de costumbres, en la sátira social y política –El gesticulador (1944)– y en el drama histórico, Usigli supo imponer por igual las marcas de su vivo sentido teatral, de su habilidad en el manejo de los diálogos y de las situaciones escénicas, de su cultura y aun de su acometividad. Corona de sombra (1943), cuyo tema es el episodio trágico que Carlota y Maximiliano vivieron en México, es una pieza excepcional. Concebida en un escenario doble, atendido alternativamente, y articulada por el hilo de la rememoración, la obra de Usigli recrea los hechos conocidos y adivina sus entretelas psicológicas con maestría dramática. La sobriedad de sus materiales históricos, el intachable tratamiento escénico, la densidad y viveza de su lenguaje, enriquecido con penetrantes atisbos sobre lo mexicano, el ventajoso aprovechamiento de una alegoría persistente, que cruza y enlaza toda la pieza, y el empleo de una original técnica dramática, todo se suma para hacer de Corona de sombra una de las contadas piezas de primera categoría que posee nuestro teatro. El Teatro completo de Usigli se ha recogido en tres volúmenes (1963, 1966 y 1979).
Usigli es también autor de un curioso tomo de memorias: Voces. Diario de trabajo (1932-1933), 1967.
Acerca del grupo de los Contemporáneos existen los siguientes estudios: Frank Dauster, Ensayos sobre poesía mexicana. Asedio a los “Contemporáneos”, México, Ediciones de Andrea (Studium, 41), 1963; Merlin H. Forster, Los Contemporáneos. 1920-1932. Perfil de un experimento vanguardista mexicano, México, Ediciones de Andrea (Studium, 46), 1964; Guillermo Sheridan, Los Contemporáneos ayer, México, fce, 1985; así como los estudios de Octavio Paz, en Generaciones y semblanzas. Escritores y letras de México, op. cit., t. ii; los de Carlos Monsiváis en sus estudios preliminares a las antologías La poesía mexicana del siglo xx, México, Empresas Editoriales, 1966, y Poesía mexicana ii, 1915-1979, México, Promexa, 1979, y los de José Joaquín Blanco, Crónica de la poesía mexicana, Guadalajara, Gobierno de Jalisco, Departamento de Bellas Artes, 1977.
Contemporáneos. Revista Mexicana de Cultura