1995 / 08 sep 2018 12:13
Martín Gómez Palacio (1893-1970) ha sido poco estudiado y sus libros nunca se han reimpreso aunque tienen rasgos originales e interesantes. Fue un poeta discreto La vida humilde (1917), A flor de la vida (1921) y Poesías (s.f.), buen sonetista, que se interesaba, con toques de humor, por las gentes y las cosas sencillas de la ciudad. En la revista estudiantil San-Ev-Ank, que algunos futuros Contemporáneos publicaron en 1918, aparecieron dos poemas suyos presentados por Torres Bodet, y en 1919 Gómez Palacio se encontraba entre los que proyectaban formar un Nuevo Ateneo de la Juventud. Colaboró en la revista Contemporáneos. Pero, así como en su vida profesional de abogado mantuvo su independencia, y su gran afición fue el montañismo, la comunión solitaria con la naturaleza, en sus libros siguió su propio camino, con obras logradas y personales junto a otras grises y descuidadas.
Su obra principal es narrativa y en ella los motivos revolucionarios son incidentales. Su tema constante es la vida de los burócratas, profesionales y hombres cercanos a las letras y al arte de la ciudad de México, entre los años veinte y los cincuenta. Aprovechaba sus propias experiencias, como en A la una, a las dos y a las... (1923), que cuenta aventuras de las oficinistas, y El santo horror (San Luis Potosí, 1925) sobre los amores estudiantiles.
El mejor de los mundos posibles (1927) es una novela extensa un poco desmadejada. Se inicia hacia 1913, con la reacción carrancista contra Huerta, y concluye ya en pleno obregonismo. Los personajes aparecen, reaparecen o se olvidan, y los hilos conductores carecen de consistencia. La Revolución no es ni drama ni tragedia, sino injusticia y desorden vistos con despego satírico. Hay cuadros de costumbres bien logrados, como las repetitivas pláticas de cantina y, en el último capítulo, una corrida de toros, en la antigua plaza El Toreo, con Gaona, descrita con vivacidad y el colorido popular de los gritos y peleas en los tendidos de sol. Doña Agustina, una vieja rica y maniática de Durango, es un personaje notable. Y hay un curioso relato de la pasión de Don Venustiano Carranza por una guapa duranguense, la güera Lupe Saracho. El estilo, descuidado, mezcla cursilerías con pasajes sobrios y eficaces. Gómez Palacio, que tenía una visión aguda e irónica de la vida mexicana en estos años, pudo haber sido un excelente novelista, si hubiera cuidado la composición y el estilo de su obra.
Entre riscos y entre ventisqueros. Novela de un indio (1931) es un libro extraño y fascinante. Confieso que nunca he sido aficionado al montañismo y que conozco pocos libros sobre el tema. Éste de Gómez Palacio me atrajo por su entusiasmo y su vigor interno, por su variada y cálida eficacia descriptiva, en suma, por su capacidad para contagiarnos la locura por los ascensos a las cumbres. El autor finge ser un indio que quiere recuperar la comunión sagrada con la naturaleza y huir del horror y la miseria de las ciudades. Acompañado por una mayoría de extranjeros, narra excursiones al Izta, al Popo, al Ajusco, al Xinantécatl y al Citlaltépetl, esta última solitaria. No hay, pues, novela, más que unos atisbos de romance con Ingrid y charlas con algunos compañeros de viaje. Y largos monólogos y vivaces descripciones de soledades y asperezas. Pero todo esto tiene belleza palpitante y merece ser rescatado como el mejor libro de Martín Gómez Palacio.
El potro (1940) es una novela inusitada en las letras mexicanas de su tiempo. Hacia 1936, en el sexenio cardenista, cuatro antiguos revolucionarios, que habían tenido relieve en los años de Carranza, se reúnen a menudo para recordar sus glorias y abominar de la política del momento. A uno de ellos, el exgeneral Valente Septembrino –extraña reaparición del demócrata Settembrini de La montaña mágica–, lo acongoja un malestar que mantiene secreto: su mujer recibió un chantaje de un examante, que se encuentra preso. A aquella carta siguió otra dirigida al marido en la cual, para que no quepa duda del amorío, describe paso a paso los encantos y las particularidades anatómicas de Conchita. La precisión y regodeo erótico de esta descripción no tienen parangón en las púdicas letras de estos años. El pobre marido no sabe qué hacer y va acomodándose a sobrellevar este potro de tortura, así como el país va acomodándose al nuevo sesgo socializante que va tomando la antigua Revolución. F. Rand Morton (Los novelistas de la Revolución Mexicana, 1949, pp. 234-236) celebra esta novela cuyo estilo y agudeza psicológica compara, creo que exagerando, con los de Contrapunto de Huxley. En cambio, Manuel Pedro González (Trayectoria de la novela en México, 1951, pp. 291-292) encuentra a El potro –exagerando a su vez– “mediocre hasta el hastío”.
De las tres novelas cortas que se reúnen en Cuando la paloma vence al cuervo (1953) –absurdo título que es sólo una alusión al pelo negro que se vuelve blanco, tema obsesivo del envejecimiento común a las tres novelitas–, la segunda, “Bajo el signo del ave” es muy interesante y de lectura grata. Combina excelentes descripciones de un viaje a Veracruz por el antiguo Ferrocarril Mexicano con la historia del amor de un cuarentón –¡el viejo!– por una linda muchacha de veinte años.
La ambición del diablo (1962) –otro título incongruente– es la última de las novelas que publicó Gómez Palacio. Se refiere a la vida en la Ciudad de México al fin del periodo avilacamachista y al alemanista, con personajes más o menos intelectuales, entre ellos un pintor y una muchacha francesa-mexicana, Ivonne, montañista y deportista. Con nombres apenas disimulados, se cuentan chismes políticos, sobre todo del alemanismo, una curiosa “balmoreada” en que uno de los burlados es Carlos Pellicer, y una noche pasada en la cárcel del Carmen. La acción, casi inexistente, se sustituye por largas conversaciones especulativas o de crítica o satírica política, de interés desigual y sin sustancia. La novela, a veces sólo curiosa, es prescindible.
Además de estas narraciones, Gómez Palacio escribió La loca imaginación (1915) y La venda, la balanza y la ejpá (1935), satírica de la justicia en un pueblo imaginario. Viaje maduro (1939), otro de los libros de Gómez Palacio que merece rescatarse, relata con amenidad e inteligentes observaciones el recorrido que hizo en 1938, antes de la segunda guerra, por Europa y Constantinopla, Palestina y Egipto. En resumen, de este autor olvidado, creo que merecen rescatarse, además de este libro de viajes, Entre riscos y entre ventisqueros y la novela corta Bajo el signo del ave.
09 oct 1993 / 15 jun 2018 09:36
Estudió Leyes en la Escuela de Jurisprudencia de la Universidad Nacional de México (hoy, Universidad Nacional Autónoma de México unam), donde se graduó en 1919. Se desempeñó como agente del ministerio público militar (1920–1925) y del fuero común (1925–1961). Publicó poemas y crónicas de viaje en las secciones culturales de El Pueblo (1917), El Demócrata (1919–1920) y en Revista de Revistas.
Martín Gómez Palacio, novelista y poeta de influencia romántica y temas costumbristas, recrea la cotidianidad de la vida urbana del México postrevolucionario. Sus personajes viven el choque cultural entre la moral porfiriana y la emanada de la Revolución. La ambición del diablo toca los temas de la burocracia y de la política; El potro, los de la frustración de los desplazados por la Revolución; Bajo el signo del ave, Orgía otoñal y Cuando la paloma vence al cuervo, los del amor no correspondido y adúltero. Entre riscos y entre ventisqueros y Viaje maduro reúnen sus crónicas y estampas de viaje. El primero recrea el paisaje de los alrededores de la ciudad de México (el Popocatépetl, el Ajusco, el Iztaccíhuatl y el Xinantécatl); el segundo, sus vivencias por Europa y el cercano Oriente. En ambos combina la descripción del paisaje con las peripecias de los viajantes.
Instituciones, distinciones o publicaciones
Revista de Revistas
San-ev-ank. Revista semanaria estudiantil
Contemporáneos. Revista Mexicana de Cultura