El fenómeno político-social de la Revolución brindó un terreno fértil para las letras mexicanas. La novela revolucionaria se convirtió en la conciencia del movimiento, en una más de las expresiones artísticas que contribuyeron a la propagación del nacionalismo y de la identidad nacional, reivindicando la cultura popular y manifestando una preocupación –que iba más allá de lo estético– por la realidad del mundo indígena y mestizo que había permanecido olvidado tras siglos de dominación.
En El indio, Gregorio López y Fuentes, nutriendo su narrativa de su experiencia como periodista y de sus recuerdos de la lucha armada, explora la personalidad arquetípica del natural de las tierras mexicanas. El indio mexicano es en esta historia no un personaje, sino un ser colectivo, la suma de héroes anónimos, la síntesis humanística de un pueblo que es retratado como producto de un pasado de injusticias, pero que, pesa a todo, sigue siendo la esperanza humana de aquella cultura que hizo historia y creó mitos, y que ni la colonización ni el latifundismo lograron destruir y exterminar del todo.