En toda obra narrativa -nos dice Sergio Fernández- hay una parte visible que a los ojos del lector jamás pasa inadvertida; es la carne, en este caso la historia épica de don Quijote, desde que nace hidalgo hasta que hidalgo muere, arrepentido de su extraordinaria locura. El rico entramado, a semejanza de una tela, está extendido ante el lector que -hechizado por las aventuras del héroe- inútilmente alcanzará a mirar el bastidor, por decirlo así, donde el tejido se realiza.Este es el esqueleto, la parte invisible de la obra, puesta allí, sin embargo, para que en lecturas -ya alternativas, ya sucesivas o permanentes- quien lea la descubra en la medida de su clarividencia y su cultura. Sergio Fernández afirma al mismo tiempo que el Quijote es, de todas, la novela que más se contempla a sí misma como si, frente a un espejo, se mirara constantemente.Pues no es otro el juego al que la somete Cervantes, inagotable en sus recursos. De este modo no sólo quien lee advierte el fenómeno, sino también quien por dentro lo vive, es decir, los personajes: el propio don Quijote y su escudero, tanto como el Ventero o el Caballero del Verde Gabán, en su caso. Frente a sí misma, la primera parte recrea la segunda, que devolverá la imagen a su vez, en contestación permanente. Por eso la lectura del Quijote se irá volviendo más y más difícil, pues las entretelas se descubren al paso de la mirada, entre lela y maravillada, del lector. Ninguna obra pues de más arduo acceso, precisamente: por la fresca y fementida anécdota que la envuelve. Extraordinario ensayista; novelista y cuentista, y consciente al máximo de la grandeza de la obra estudiada, Sergio Fernández nos da una visión propia del Quijote, visión inherente, como diría Cervantes, a los tiempos que corren, es decir, a la propia posteridad del libro. No es lo mismo la novela vista por un hombre del siglo XVII que por uno de finales del siglo xx. Si a esto se agrega que el autor de este estudio es hispanoamericano, y no español, los parámetros se cierran para darnos así el contacto apetecido: qué es el Quijote para un número enorme de lectores que, allende la Península, habla castellano, por mucho que Sergio Fernández no sea sino sólo uno de los múltiples lectores apetentes, anhelantes, de la obra. Sea como sea, hay siempre una ganancia al leer el Quijote: el poder afirmar que Cervantes, al escribir en castellano, nos da a todos los hispanohablantes el derecho de poseer uno de los más grandes niveles de cultura que ha dado y que dará el mundo de Occidente