Un importante movimiento teatral se produjo en México a finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta. De él surgieron, entre otros, los autores que aparecen en este volumen.
Sergio Magaña (1924), descrito por Celestino Gorostiza como "perdido en su soledad, buscándose a sí mismo a la luz de una inteligencia atormentada", fundó en 1946, en compañía de Emilio Carballido, la sociedad literaria Atenea, que se convirtió en el Grupo de Teatro de la Facultad de Filosofía y Letras. Los signos del zodiaco fue estrenada en el teatro del Palacio de Bellas Artes en 1951, con música incidental de Blas Galindo. Los habitantes de una vecindad capitalina en 1944 son sus personajes. La obra tuvo la garra necesaria para cautivar al público en su temporada de estreno.
De Luisa Josefina Hernández se ha dicho que comparte con Carballido la delectación con que hurga en el mundo de la provincia; en las vidas, llenas de deseos soterrados que el medio contribuye a hundir aún más. La autora de Los frutos caídos es también una estilista que se recrea en el detalle y en la belleza de sus diálogos que trabaja "con la preciosidad de un tejido de agujas".
Hay una añoranza de época en Las cosas simples de Héctor Mendoza (1932) cuya acción se ubica en el viejo barrio estudiantil del centro de la ciudad, en uno de los cafés que servían de centro de reunión. La trama de esta obra está permeada por la filosofía existencialista —la moda cultural de la época— y, en consecuencia, los personajes se ven obligados a mostrar su desencando vital a la vez que son víctimas de la incomunicación y de las canciones de Juliette Greco. Las cosas simples ganó el premio de la Agrupación de Críticos de Teatro en 1953.