Carlos Pellicer (1899-1977) un “tropical insobornable” como se autodefinía, fue un verdadero trotamundos que amaba la naturaleza y, cuando sus obligaciones lo hacían permanecer en la ciudad de México, excursionaba continuamente. Afirmaba que desde el cerro del Chiquihuite —hoy rodeado por la mancha urbana y con la cima profanada por las transmisoras de televisión— se podía ver en un día de lluvia el Pico de Orizaba, la Malinche y el Nevado de Toluca. Consideraba también que su “única obra importante” era el nacimiento que todos los años montaba en su casa de las Lomas.
Para evocar a Carlos Pellicer debe recordarse que en México todavía hay grandes ríos caudalosos, selvas, pantanos, montañas y cielo. “El paisaje para él —dijo Abreu Gómez— es como el eco de la conciencia del hombre, es la función vital de los pueblos que en América andan gestando su conciencia.”
Muchos consideran que la desmesura no sólo es la mayor virtud de Pellicer como poeta, sino también su definición y lo engloban dentro del apotegma de G. K. Chesterton: “La exageración es la definición misma del arte.” Así Jaime Torres Bodet pudo decir “Pellicer es considerado ahora, muy justamente, como el poeta de América. Su abundancia verbal constituye uno de los lujos de nuestro Continente”.
Sin embargo, en su madurez, Pellicer consideró que la “exageración es desorden” y comenzó a dar la impresión de que se estuviera esforzando en limitarse, en poner a dieta su lirismo. Quizá por eso de su obra prefería los sonetos de Hora de Junio (1937) “consecuencia de un desastre amoroso; de una herida abierta que no se cierra” y los de Práctica de vuelo (1956), de inspiración religiosa en los que la intensidad de la fe no lleva al silencio, como en los místicos, sino a la elocuencia.
Obra predilecta del poeta tabasqueño, en la que la abundancia verbal se ve desterrada por la depuración del lenguaje: incluye los sonetos de Hora de junio (1937), "consecuencia de un desastre amoroso, de una herida abierta que no se cierra", y los de Práctica de vuelo (1956), de inspiracion religiosa en los que la intensidad de la fe no lleva al silencio, como en los misticos, sino a la elocuencia.