En toda la extensión de América son muchos los que se preguntan cómo un sistema filosófico europeo, el positivismo de Augusto Comte —que sucintamente puede definirse como una teoría que admite exclusivamente el método experimental como medio de conocimiento, rechazando como no válido todo lo obtenido a priori, así como todo concepto universal y absoluto—, encauzado en una línea de pensamiento muy ajena a la realidad del Nuevo Continente, pudo enraizar tan fuertemente en suelo americano, mientras que en el europeo no pasó de ser una teoría peregrina.
Leopoldo Zea (1912) nos encamina en este volumen, constituido por la primera parte de su libro El positivismo en México , al conocimiento de la gestación del positivismo y de su implantación en México por Gabino Barrera como respuesta a los deseos de alcanzar la reorganización educativa expresados por el presidente Juárez. A la vez, Zea hace una valoración imparcial de los méritos del positivismo, así como de sus fallas, cuando analiza su adaptación a la circunstancia mexicana.
El paso del liberalismo, la fuerza dirigente más notable del México independiente, al positivismo, significó también, comenta Zea, el cambio de una ideología de combate a una de orden, la que necesitaba la —en definición de Justo Sierra— “burguesía mexicana”. El orden ya no sería implantado por la fuerza de las armas sino mediante el convencimiento. Mas era un orden en el que cabían todas las ideologías, todas las clases, y “se requiere que este orden —escribe Zea— que este campo social donde quepan todos, no sea otro que el ideado por ellos, el orden de la burguesía mexicana”. La larga dictadura porfiriana es la expresión más clara de lo que esencialmente constituyó el comtismo en México.