Dentro de las historias sentimentales del romanticismo mexicano, nada más tergiversado, confuso y desconocido a nivel extrauniversitario, que los verdaderos amores de la ninfa, el numen, la musa de los poetas de los 70s y 80s del siglo XIX. Que Altamirano, que El Nigromante, que Martí, que cuanto joven o señor que escribiera dos versos y cuatro cuartillas era un ferviente adorador de Rosario de la Peña. La historia doméstica le atribuye el suicidio del despechado poeta Manuel Acuña, y muchos la conocen por “Rosario la de Acuña”. Lo cierto es que el amor de ella, el amor real y apasionado de su vida, fue el poeta erótico por excelencia de la poesía mexicana: Manuel M. Flores. Las cartas que ahora se publican por primera vez, revelan la pasión del poeta poblano por la musa decimonónica. Fueron unos amores trágicos y dolorosos: ella rodeada de admiradores y reclamando la presencia de su amado; él, amando y viviendo encerrado en los límites impuestos por la sífilis y por una progresiva y enervante ceguera...