Desde la altura de su sabiduría, Rosario Castellanos (1925-1974) deja este agudo autorretrato: "Yo soy una señora tratamiento arduo de conseguir y mas útil para alternar con los demás que un título. Gorda o flaca según las posiciones de los astros, los ciclos glandulares y otros fenómenos que no comprendo. Rubia o morena según la alternativa (en realidad mi pelo encarece). Más o menos fea, depende de la mano que aplique el maquillaje. Soy mediocre, lo cual me exime de mis enemigos. Me visto mal. Escribo poemas, hablo desde una cátedra, colaboro en revistas y un día a la semana en un periódico.
"—¿Por qué y para qué escribe?"
"—Pues señor, es obvio. Escribo porque yo, un día, adolescente, me incliné ante un espejo y no había nadie. ¿Se da cuenta? El vacío. Y junto a mi los otros chorreaban importancia. Eludo escuchar música, no voy jamás a las exposiciones ni al estreno teatral ni al cine-club. Prefiero estar leyendo o pensando en musarañas.
"Me enseñaron las cosas equivocadamente. Pues me dijeron tienes que ser buena. Es fácil. Basta abatir los párpados para no ver y no juzgar lo que hacen los otros. También dar. Y recibir con ambas mejillas. No siempre serán golpes. A veces será el ramo de flores que suscita fiebre de heno. A veces el elogio, que si no es falso humilla y si es falso ofende
Sufro por hábito. El llanto es mi un mecanismo descompuesto: no lloro en la ocasión sublime ni frente a la catástrofe, lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo el último recibo del impuesto predial.”