Enciclopedia de la Literatura en México

La semana de colores : cuentos

mostrar Introducción

La semana de colores (1964) de Elena Garro (1916-1998), es una colección de trece cuentos que se asocian con la corriente del realismo mágico. Escritos después de la publicación de Los recuerdos del porvenir, la autora continúa explorando escenarios mexicanos en su narrativa. Sus historias suceden en diversos lugares, en mundos rurales y urbanos por igual. Temas como la injusticia social, la pobreza y la corrupción se mezclan con situaciones y paisajes llenos de magia. Pero a la escritora nunca le gustó esa clasificación. Para ella, esa “magia” era parte de la cotidianeidad de su pasado y su contacto con el mundo indígena. Algunos aspectos de la infancia de la autora se ven reflejados en la forma sutil con que lo real se transforma en fantástico, como si el mundo se viera a través de los ojos de una niña. Mediante juegos temporales e intertextuales, y una prosa ligera, a veces poética, Elena Garro presenta su visión de México en momentos históricos como la conquista o su propia época, su forma particular de hablar del amor y la miseria por igual, su intento constante de desentrañar la condición humana. La semana de colores fue editada por la Universidad Veracruzana en 1964, y contiene “La culpa es de los tlaxcaltecas”, el cuento más reconocido de Garro, considerado uno de los pilares de la cuentística mexicana del siglo xx.

mostrar Contextualización

En los cuentos de Elena Garro, la historia de México –desde la conquista, pasando por la Colonia, la Revolución y el Estado mexicano, a partir de la hegemonía del Partido Nacional Revolucionario– sirve como eje para desplegar cuestionamientos acerca de su momento histórico. En su novela autobiográfica, Memorias de España 1937 (1992), Elena Garro habla del año en que, al lado de su entonces marido Octavio Paz, entró en contacto con el mundo literario de su época: “El viaje a España fue feliz. Yo sin saber cómo ni por qué, iba a un Congreso de Intelectuales Antifascistas, aunque yo no era anti nada, ni intelectual tampoco, sólo era estudiante y coreógrafa universitaria”.[1]

Según sus memorias, fue a partir de que Paz la acusó de frívola cuando ella comenzó a escribir. No fue sino hasta que la autora tenía 35 años, debido a una convalecencia pasada en Berna, cuando en su mente empezó a gestarse su primera novela: Los recuerdos del porvenir (1963). Sin embargo, no fue sino hasta ocho años después cuando su obra se dio a conocer. Su primera novela finalmente fue editada por Joaquín Mortiz en 1963, y ya contenía esos mundos llenos de magia y el manejo temporal que caracterizarían su escritura.

Publicada tres años antes que Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez, novela emblemática del realismo mágico, La semana de colores se considera uno de los libros precursores de dicho movimiento. Al igual que otros escritores de esa época, como Alejo Carpentier o el mismo García Márquez, los cuentos de Garro plantean la expansión de los límites del realismo y la introducción de lo extraordinario a través de un juego con el lenguaje. Siguiendo los pasos de los autores del Siglo de Oro, y la literatura fantástica que empezó a escribirse en Latinoamérica a partir de la influencia de los modernistas, y más adelante los cuentos de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Juan Rulfo, la narrativa de Elena Garro se planteó en medio de dos universos.

El primero, un México colonizado, que a mediados del siglo xx aspiraba a ser una nación industrializada, y asumía valores culturales impuestos por fuertes imperios políticos y económicos: las potencias europeas y Estados Unidos. El segundo, un México indígena, rezagado culturalmente, discriminado por la sociedad y sin posibilidades de trascender su pobreza, pero lleno de una tradición milenaria, un modo de percibir la realidad y una escala de valores distintos. Y sobre todo ese conocimiento y ese modo de interacción con la realidad que asumía muchas cosas que en el mundo colonizado eran imposibles o fantásticas, como parte de su propia naturaleza. La Cuba de Carpentier o la Colombia de García Márquez expresaban su realismo mágico a partir de un choque similar. No se trataba sólo de escribir lo extraordinario, sino de plantear una realidad llena de fantasía y al mismo tiempo cuestionar el predominio de la razón, recuperar la visión de los vencidos, aquellos que fueron olvidados por la historia, pero que aún recuerdan la serie de injusticias que los ha oprimido.

En 1964, Gustavo Díaz Ordaz, candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), fue electo presidente en un México donde estaban a punto de hervir las condiciones que llevaron a los movimientos sociales de 1968. En esa época, prácticamente toda la cultura estaba centralizada; incluso algunos escritores de lo real maravilloso mexicano, como Carlos Fuentes, escribían principalmente acerca de la capital o desde una visión centralista. Pero Elena Garro escribe sobre las zonas marginales del país: los pueblos empobrecidos, las voces olvidadas de los indígenas y campesinos. En ese sentido, su aportación al amplio mundo de lo real maravilloso está más cerca de la de sus contemporáneos Rulfo o Carpentier, que a la de Mario Vargas Llosa, Fuentes o Julio Cortázar, centrados en los mundos urbanos.

Además, la narrativa de la autora toca un tema importante para su época, que ninguno de los escritores antes mencionados trató con tanta profundidad. La otredad de una escritora mujer en un contexto en el que la discriminación de género aún era pan de cada día, suficiente obstáculo como para hacer que prácticamente no hubiera escritoras mujeres reconocidas.

A pesar de que Garro también rechazó el calificativo de feminista, en La semana de colores, así como en su obra en general, está presente en todo momento el tema femenino: la complejidad existencial que viene del simple hecho de ser mujer dentro de una tradición que reprimía muchas libertades de la mujer incluso desde su nacimiento. La sexualidad, el deseo que las mujeres no podían expresar en sociedad, están presentes en los mundos fantásticos de sus cuentos. Un erotismo fantástico, proveniente de una visión femenina que diferencia los universos creados por Garro de aquellos presentes en los textos de sus contemporáneos. Este es el rasgo de la explosión de la lucha de géneros que ha ido produciendo fuertes cambios en el mundo literario hasta nuestros días.

Después de La semana de colores, la autora no volvió a publicar cuentos sino hasta los ochenta. Cuatro años después de la publicación, durante los días posteriores a la masacre del 68, Garro fue acusada por la prensa de delatar a los escritores e intelectuales mexicanos, quienes la repudiaron, después de lo cual ella se impuso un autoexilio en Estados Unidos, España y Francia, que duró más de 20 años. Murió poco tiempo después de su regreso, de cáncer de pulmón, cuando su obra vivía un nuevo auge, un reconocimiento como nunca había tenido. Después de la reedición de La semana de colores empezó a estudiarse al punto de considerarla precursora del realismo mágico, testimonio vivo de la polaridad de la sociedad mexicana, y una de las primeras colecciones de cuentos en el país, donde se tocaban los temas capitales de la lucha feminista del siglo xx.

mostrar Materia de los días

Los cuentos de Garro se consideran habitualmente precursores de la corriente del realismo mágico, e incluso parte de dicha corriente; la autora rechazaba esta consideración, pero ¿en qué consiste el otorgarle esos calificativos? Con frecuencia se asocian los mundos de los cuentos de Elena Garro con aquellos de los escritores “rurales” del realismo mágico: Carpentier, García Márquez, Juan Rulfo. En la obra de éstos, la cadencia del español funciona como una corriente que fluye continua y no quiebra la realidad ni lleva algún juego lógico al extremo, sino que introduce lo extraordinario y lo maravilloso como parte de la cotidianidad de un universo que se construye desde el flujo mismo de la palabra.

El choque del mundo indígena, que subsiste dentro de una cultura que lo ha rechazado, se expresa en un uso del lenguaje muy particular: no es un español correcto ni científico, sino uno que incurre en los mismos giros o “imperfecciones” de los idiolectos populares para captar, desde la mera sonoridad, la poética propia de un habla. Así, dentro del universo que se plantea en ella, cualquier giro fantástico es completamente verosímil, incluso natural. Al igual que Rulfo, Garro no copia el habla de las clases populares, sino que toma algunos rasgos sonoros y expresiones reconocibles, para encontrar una musicalidad que le es propia a su obra.

En “El zapaterito de Guanajuato”, por ejemplo, el narrador es un zapatero humilde que habla así: “A esa hora hallamos albergue en la casa de un carbonero, que nos ofreció su compasión, su agua fresca y también su fuego para calentar las tortillas. Con él también hicimos noche”.[2] Además, el factor de la clase social se vuelve imperante: las clases bajas se dirigen a las altas de “usted”; hay una presencia constante de personajes indígenas que forman parte de la servidumbre. Además de la mera reconstrucción realista de una condición social, en la obra se complejiza más allá de la denuncia. En el cuento antes mencionado, por ejemplo, el zapatero le guarda respeto a una mujer de clase alta, incluso después de que ella pierde su dinero: “Y los días empezaron a correr y yo estaba cada vez más avergonzado. La señora Blanquita no tenía ni un centavo, y yo no podía hacer nada por ella, ni siquiera irme, porque la hubiera ofendido”.[3] Así, incurriendo en giros lingüísticos que se asocian con el habla de los campesinos e indígenas, situados en sus pueblos o desplazados en la urbe y la clase media de la ciudad, y haciendo uso de su técnica poética, Elena Garro ubica a sus personajes en un mundo en el que las contradicciones sociales y humanas no necesitan describirse explícitamente: están presentes desde el habla.

A esta técnica, habría que agregar otras, más frecuentes en la poesía que en la narrativa. Garro, por ejemplo, a menudo recurre a la prosopopeya, de modo que los objetos o incluso los conceptos adquieren cualidades humanas. Frases como “el pensamiento se me hizo un polvo brillante”, o “la luz se partió en pedazos”, o “el tiempo había dado la vuelta completa”[4] se vuelven habituales y generan una sensación de fantasía al provocar imágenes sugerentes, a menudo difíciles de representar por ser imposibles en el mundo real.

Pero quizás los dos temas fundamentales están anunciados desde el título mismo de la colección. En los cuentos de La semana de colores hay dos factores recurrentes. Por una parte, la temporalidad: tanto el manejo del tiempo en la estructura de los textos (que casi nunca es lineal), como la mención constante de unidades de tiempo como minutos, días, semanas, y el juego con estas palabras, que a menudo se descontextualizan. En el cuento que da nombre a la colección, por ejemplo, Don Flor guarda en su casa a entes extraños, cada uno de los cuales lleva el nombre de un día de la semana. Por otra parte, la autora recurre a menudo a la mención constante del color y la utiliza como signo. La sinestesia es otro recurso frecuente en los cuentos. Cada día que guarda Don Flor tiene una tonalidad distinta, que está intrínsecamente ligada a su naturaleza. “Los viernes morados y silenciosos llenaban la casa de grietas”[5] y “la semana junta era como el arco iris y salía sin que lloviera”.[6] Así, la autora genera en sus narraciones breves realidades distintas, mundos coloridos en donde el tiempo no transcurre igual.

Ante la afirmación de que Garro crea dentro del marco del realismo mágico o del surrealismo, Mario Calderón propone el concepto de realismo infantil. En cuentos como “Antes de la guerra de Troya” o “El día que fuimos perros”, el narrador rompe con la cotidianidad. La ruptura, sin embargo, no significa el alejamiento definitivo del realismo, sino un filtro: vemos, en estos cuentos, la realidad a través de los ojos de una niña.

mostrar Pedazos absurdos del tiempo

Bajo la influencia de un mundo indígena en donde el tiempo no se percibe de la misma forma que en el México colonizado, el manejo temporal en los cuentos de Garro es en sí otro de los elementos para considerarlos fantásticos. La idea del desdoblamiento, de la permanencia de un mismo ser en dos planos temporales distintos, o de la circularidad del tiempo siempre está presente. Los calendarios prehispánicos suponen la concepción de una realidad cíclica, de un necesario volver al origen. Es una idea del mundo dentro de la cual la naturaleza misma se tuerce, e implica que el flujo temporal que va de la vida a la muerte no es una línea sin retorno, sino una figura compleja en la que es posible e incluso natural que una vida humana transcurra en dos tiempos distintos.

En “La culpa es de los tlaxcaltecas”, por ejemplo, Laura se ve atrapada en un ir y venir entre el México de la mitad del siglo xx y Tenochtitlán, en la época de la conquista. Pero el tiempo mismo es relativo: mientras ella vive pocas horas durante la guerra de la conquista, cada que vuelve al siglo xx muchas cosas han pasado durante su ausencia, los días han transcurrido sin ella. Así, hay dos líneas de tiempo paralelas, aunque no equivalentes. Unas horas en una época son varios días en otra. En “¿Qué hora es...?”, el tiempo se relativiza de otra forma: una mujer que espera a un amante en un hotel en París, y parece no guardar memoria del tiempo que lleva esperando. Lucía Mitre piensa cada día que su marido llegará a las nueve cuarenta y siete. Y así terminan sus últimos meses de vida. En “El zapaterito de Guanajuato”, el narrador se pierde once días dentro de la Ciudad de México por no poder encontrar la salida. El tiempo en los cuentos de Garro no es una fuerza inamovible sino un fenómeno que depende de quién lo percibe, y por lo tanto es, al igual que un personaje, un ser en constante cambio. Éste es uno de los factores fundamentales para generar esa atmósfera que de inmediato se asoció con el realismo mágico.

mostrar Cuentos como lienzos

Los colores están presentes en todos los cuentos: en sus emanaciones y transformaciones, la autora despliega metáforas y puentes entre sus mundos fantásticos, el universo interno de sus personajes y el México de su época. Se encuentran mencionados desde nombres de personajes, como doña Blanquita, y son recurrentes en las descripciones de los lugares y ambientes. Este uso del color en la narrativa, genera atmósferas y tonalidades contundentes a partir del cromatismo y la personificación. En “El día que fuimos perros”, por ejemplo, el shock emocional de dos niñas que atestiguaron una ejecución mientras jugaban a ser perros, se expresa en un delirio de colores:

Los perros se durmieron en el otro día, al pie del árbol, con la cadena al cuello, cerca de las hormigas de sombrilla verde y las lombrices rojas. Al cabo de un rato despertaron sobresaltados. El día paralelo estaba allí, sentado en la mitad del cuarto. Los muros respiraban ceniza ardiente, por las rendijas las brujas espiaban las venas azules de sus sienes. Estaba todo muy oscuro. En una de las camas estaba el muerto con la frente abierta; a su lado, de pie, el hombre tatuado chorreaba sangre.[7]

El verde de la sombrilla, el rojo de las lombrices de una tarde apacible se corrompe con la oscuridad, el azul de las venas y un rojo distinto: el de la sangre que chorrea. Así, los cuentos de Garro funcionan también como un lienzo en donde el colorido genera atmósferas y texturas: contrastes que tiñen sus ambientes de tonalidades a veces reales y a veces fantásticas.

En “La culpa es de los tlaxcaltecas”, por ejemplo, Laura viaja en el tiempo, pero su trayecto además está trazado por un contraste entre luz y oscuridad. “Desde lejos me llegaron sus chispas negras y vi ondear sus cabellos negros en medio de la luz blanquísima del encuentro”.[8] Cada vez que va a encontrarse con su amante prehispánico, Laura tiene una visión luminosa; hacia el final, cuando Tenochtitlán está casi completamente destruida, la oscuridad ha engullido todo. Mientras que en “¿Qué hora es...?”, la creciente fascinación que Gilbert siente por Lucía Mitre también se manifiesta luminosa: “La luz que rodeaba a la mujer que tenía sentada frente a él, era una luz que se alimentaba de ella misma. Toda ella ardía dentro de unas llamas invisibles y luminosas”.[9] Dentro de estos universos claroscuros, la irrupción de colores como el rojo de la sangre o el morado de los viernes resulta trascendental: un acento en la anécdota, un contraste del mundo. La semana de colores recuerda a narradores como Rulfo, pero igualmente al trabajo de poetas como Pellicer y de pintores mexicanos, muralistas y surrealistas del siglo xx, que rompían el marco de realidad en sus obras y buscaban nuevas formas de expresión.

mostrar Eva y Leli y Garro

Cabe mencionar además, que varios de estos cuentos se centran en dos personajes infantiles: Eva y Leli, dos niñas de clase alta que viven al cuidado de su sirvienta indígena, Candelaria, quien es al mismo tiempo su protectora, su amiga y la figura paterna. El mundo visto a través de los ojos de estas niñas da origen a la semana de colores, al juego de los perros. Garro adjudicaba a esta visión el lado “fantástico” de sus cuentos. Sobre la naturaleza de estas niñas, se han especulado muchas cosas: Margo Glantz y otros críticos argumentan su relación directa con la autora: ¿son estas niñas una reconstrucción de su propia infancia? ¿Son las anécdotas de Eva y Leli experiencias de la propia Elena Garro cuando niña?[10]

Otras posturas indican que se trata de una alegoría de las dos primeras mujeres, parejas de Adán según la tradición judeocristiana: Lilith y Eva. Dos caras de una moneda, la mujer sumisa y la mujer rebelde, en dos hermanas que a veces actúan como una misma. Este factor se conjuga con la realidad de la mujer en su madurez, dentro de un ambiente de opresión, como el caso de doña Laura en “La culpa es de los tlaxcaltecas”, o Blanquita en “El zapaterito de Guanajuato”: ambas víctimas de hombres que las acosan e incluso las golpean. A menudo también se ha hablado de las relaciones entre estos personajes en comparación con la vida amorosa de la autora.

Quizás estas preguntas nunca se responderán del todo, ni sean importantes para un disfrute estético de los cuentos, pero la escritora con frecuencia mencionó la relación entre sus personajes y su vida, sin incurrir en ninguna especificación. Es por esto que muchas corrientes hermenéuticas han buscado relacionar y analizar los cuentos de La semana de colores con base en los datos biográficos de la escritora.

En la obra de Garro, el narrador a menudo se pierde en medio del discurso de los protagonistas, o es el personaje mismo quien narra desde su óptica personal. En La semana de colores, no operan las leyes de causa y efecto, la autora despliega su visión de la mexicanidad, en cuentos donde ya no es tan privilegiado el manejo de la anécdota, como los juegos del lenguaje, la poesía, la alteración temporal, y el tejido simbólico y colorido que resulta de la concatenación de estos factores para crear una realidad distinta, llena de magia.

mostrar Crítica y recepción

La publicación de Los recuerdos del porvenir en 1963 y La semana de colores en el 64, colocó a la autora casi inmediatamente en el panorama de la literatura mexicana. Antes de eso, sólo había publicado dos colecciones de teatro: Un hogar sólido (1958) y La señora en su balcón (1960). Entre ambas, sucedió el divorcio de Elena Garro y Octavio Paz. En un periodo de seis años, había desarrollado un estilo propio y una voz personal fácilmente identificable. La crítica la relacionó inmediatamente con autores como Miguel Ángel Asturias, Juan Rulfo y Alejo Carpentier, por la poesía intrínseca en el uso del lenguaje, la preeminencia de un mundo y personajes indígenas, y los hechos mágicos que irrumpían a la mitad de una anécdota aparentemente realista. Su manejo del tiempo fragmentario de su narrativa se asoció con Pedro Páramo, y sus mujeres indígenas con la obra de Rosario Castellanos. Con esta última, además, se le relaciona por considerarlas pilares de la “literatura feminista” en México. Más allá de si el calificativo es correcto o no, este juicio da cuenta de un momento histórico en el que, por primera vez, la obra de dos mujeres resultaba tan trascendente para la literatura mexicana.

La semana de colores trascendió en la obra de Garro al afirmar un estilo personal que se había anunciado desde Los recuerdos del porvenir y sus obras de teatro. La crítica comenzó a identificar imágenes recurrentes de la autora como el árbol, personajes similares como las niñas Eva y Leli o la mujer ensimismada y soñadora que vive en una realidad de opresión. Y al mismo tiempo, los críticos empezaron a apreciar y analizar sus cuentos desde varias perspectivas.

Esto corresponde a una época en la que el viejo canon de análisis de la narrativa (fundamentalmente enfocado en el desarrollo de la anécdota), se ve en la necesidad de expandirse y renovarse para hacer siquiera plausible el análisis de obras del boom latinoamericano en México. Es así que surgen muchas lecturas hermenéuticas que se centran en la biografía de Elena Garro. Este factor se ha convertido incluso en un lugar común al reseñar esta colección de cuentos. Sin necesidad de cuestionar la pertinencia de esta información, es importante recalcarla para señalar cuán asumida está la postura que asocia de manera tan directa las narraciones breves de la escritora con su vida personal.

mostrar Bibliografía

Dowling, Lee H, “The Erotic Dimension of Elena Garro's ‘La culpa es de los tlaxcaltecas’”, en Chasqui, revista de Literatura Latinoamericana, núm. 2, vol. xxviii, 1999, pp. 31-59.

Garro, ElenaLa semana de colores, México, D. F., Porrúa, 2006.

----, La semana de colores, Veracruz, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1964.

----, Memorias de España 1937, México, D. F., Siglo xxi Editores, 1992.

Glantz, Margo, “Los enigmas de Elena Garro”, Anales de Literatura Hispanoamericana, núm. 1, vol. xxviii,1999, pp. 681- 697.

Meyer, Doris, “Alienation and Escape in Elena Garro's La semana de colores”, Hispanic Review, núm. 2, vol. lv, 1987, pp. 153-164.

Messinger Cypess, SandraUncivil Wars: Elena Garro, Octavio Paz, and the Battle for Cultural Memory, Austin, University of Texas Press, 2012.

Rosas Lopátegui, Patricia, “La magia innovadora en la obra de Elena Garro”, Casa del Tiempo, núm. 10, vol. i, Época 4, 2008, pp. 41-46.

mostrar Enlaces externos

García Peña, Lilia Leticia, “El mito de la caída en ‘El duende’, Juan de la Cabada; y ‘El duende’ de Elena Garro”, Redalyc.org, (consultado el 27 de noviembre de 2012).

Rodríguez Torres, Azucena, “Cuatro momentos en la escritura de ‘El árbol’ de Elena Garro”, (consultado el 27 de noviembre de 2012).

Rojas Trempe, Lady, “Ex-patria-ción, locura y muerte en los cuentos de Elena Garro”, Escritos, (consultado el 27 de noviembre de 2012).

Rosas Lopátegui, Patricia, “Elena Garro para los estudiantes”, Proceso.com.mx, (consultado el 27 de noviembre de 2012).

Los relatos de La semana de colores, son historia al mismo tiempo inquietantes, aterradoras y bellas en las que la existencia y la inocencia de sus personajes se llenan de grietas por donde se cuela, cegadora, una luz que profana y desvanece la realidad, la verdad fatua de la humanidad. Son seres que se sumergen en un sueño para no regresar nunca a la vigilia. Elena Garro demuestra con esta obra que la lucidez poetica es un antidoto contra los dogmas de la razon, que la locura no es otra cosa sino exacerbada conciencia. Su prosa la ubica como escritora unica en la escena de la literatura mexicana del siglo XX, como una presencia a veces incomoda que desde su mirada esceptica y transgresora se acerca a una reflexion sobre la vida, donde se percibe, mas que comprension, sensibilidad metafisica.

* Esta contraportada corresponde a la edición de 2006. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.



* Esta contraportada corresponde a la edición de 2016. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.



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