2015 / 12 jun 2018
Los perros es una obra en un acto de Elena Garro publicada en 1965. Toca algunos de los temas que son fundamentales para la autora como la pobreza, la lucha de poderes y la situación opresiva que vive la mujer en un contexto dominado por hombres. La acción sucede en un pueblo pobre, donde los habitantes son profundamente supersticiosos. Manuela y Úrsula, madre e hija, viven “en una choza de barro, con escasos utensilios”.[1] Cuando la escena sucede, Jerónimo, un hombre sin escrúpulos que a menudo asesina a quien se interpone en su camino, lleva cuatro años con los ojos puestos en Úrsula. Lo acompañan cuatro compadres y Javier, primo de la niña. Dentro de la choza, Manuela le relata a su hija de 12 años cómo ella misma fue raptada y violada años atrás, y su madre asesinada; en ese relato se encuentra la cepa trágica del rapto inminente de Úrsula y de su propia muerte.
Los perros presenta un hostil escenario rural en sus descripciones y la trama no incurre en giros fantásticos, como sucede en gran parte del trabajo de Elena Garro, que frecuentemente se asocia con el realismo mágico. Sin embargo, en la superstición de los personajes, los mitos que los rodean y en el aparente destino trágico que se hereda de madre a hija, se advierte la misma sensación de estar en todo momento en un espacio verosímil entre lo cotidiano y lo irreal. La obra ha sido montada varias veces; en su estreno, con el grupo Poesía en Voz Alta, hasta montajes renombrados de los últimos años, como el que hizo la directora Sandra Félix en 2004. Fue primero publicada por la Revista de la Universidad de México y reeditada en 1967 por Wilberto Cantón en la colección 12 obras en un acto.
Con esta obra, Elena Garro explora algunos de los ambientes que seguirá frecuentando en sus cuentos, novelas y obras teatrales. Un pueblo humilde con las distintas historias que lo determinan. Sin embargo, lo más frecuente es que estos escenarios no obedecen a una literatura realista. A menudo a Garro se le ha asociado con el realismo mágico latinoamericano e incluso con el surrealismo de André Breton. Sus anécdotas están plagadas de momentos fantásticos que en algunos casos irrumpen en la cotidianidad de los personajes, y en otros casos son lo cotidiano.
Dentro de sus obras ocurren hechos poéticos, quizás imposibles de realizar en escena. En Andarse por las ramas (1958), por ejemplo, uno de los personajes femeninos debe pintar una puerta en una pared, abrir la puerta que acaba de pintar, y aparecer sobre las ramas de un árbol. En ese sentido, de las primeras cosas que resaltan en Los perros es su apego a la realidad. La acción transcurre en una casa de adobe, donde habitan dos mujeres, madre e hija, que sobreviven solas en condiciones de miseria. Los perros prefigura una exploración del mundo rural que la autora habría de desarrollar más ampliamente en su novela Los recuerdos del porvenir, o de manera equivalente en sus cuentos de La semana de colores.
En 1957, Octavio Paz da a conocer a sus compañeros de Poesía en Voz Alta las obras Andarse por las ramas, Los pilares de doña Blanca y Un hogar sólido. Esta última constituye el primer gran éxito de la autora frente al mundo literario y teatral. Según relata Elena Poniatowska en “Una biografía de Elena Garro”, el día del estreno, la autora recibió aplausos frenéticos de parte del mundo intelectual, al lado de artistas de la talla de Juan Soriano y Juan José Gurrola, quienes habían participado en el montaje.[2] Los perros, estrenada un año después, no tuvo un éxito tan rotundo. Siendo una obra corta, su publicación dependía de colecciones o revistas y en su momento no alcanzó tanto impacto como sus cuentos, novelas, o sus primeras obras. No obstante, con el tiempo se ha convertido en una de las más representadas –quizás la más montada– de Garro.
Al momento en que la escritora se da a conocer, la dramaturgia mexicana seguía bajo el canon del realismo, de acuerdo con las enseñanzas de Rodolfo Usigli, Fernando Wagner y las primeras escuelas teatrales que se inauguraron en su generación. La técnica de Garro se apegaba a las normas de este canon, pero lo transgredía con detalles fantásticos y líricos que rompían definitivamente con ese realismo.
Cuando fue publicada, la colaboración entre Garro y Poesía en Voz Alta era fructífera y constante. En 1963, la autora había ganado el Premio Xavier Villaurrutia por su novela Los recuerdos del porvenir. Editada en 1965, Los perros pasó inadvertida ante los éxitos que cosechaba como prosista.
A diferencia de las primeras obras de Garro, Los perros no sucede en un ambiente fantástico u onírico; mesura esos giros de lenguaje, tan característicos, que resignifican las palabras y ponen en duda la verdadera naturaleza del universo propuesto: ¿dónde está lo real? Apuesta por un orden mucho más sutil. Los diálogos de los personajes, de lirismo soterrado, mantienen una cadencia hipnotizante, pero el verdadero material trágico, el trasfondo sórdido que implica una violación sexual, la ruptura del cuerpo y la pérdida de la inocencia, nunca se menciona. Incluso en las imágenes más violentas, hay una sutileza en el lenguaje y un constante uso de la connotación que mantienen la obra en un límite peligroso: no rompe el marco de realidad que propone, y tampoco enuncia la tragedia cotidiana que subyace.
Los perros, en su brevedad, concentra una gran fuerza dramática. Úrsula, de 12 años, vive con su madre Manuela, quien prepara tortillas para la celebración anual del santo patrono del pueblo. De modo subrepticio comienza a deslizarse el conflicto: lo intuimos en los silencios entre una y otra, y en la desestimación de la madre sobre los rumores de que quieren raptar a Úrsula. De la conversación empieza a deshilvanarse la amenaza: el miedo es equivalente a un animal. Un hombre llamado Jerónimo, mucho mayor que la niña, ha estado acosándola. Durante el día en que transcurre la ficción, él se ha rodeado de los Tejones, un grupo de hombres que, entre sombra y silencio, ayudarán a Jerónimo a cumplir su objetivo: “Javier: Ya te dije que hay palabras más peligrosas que un cuchillo. Ahora, Jerónimo y los Tejones están bebiendo y hablando, en cuanto junten sus pensamientos se van a callar”.[3]
A lo largo del único acto que compone la obra, veremos a la madre, a la hija, al violador y a sus compadres hablar y actuar como si se encontraran dentro de un mundo regido por una fuerza sobrenatural, superior: Manuela le pide a su hija que use un vestido rosa para la fiesta, pero ella se rehúsa. Mientras la madre es optimista por la celebración que viene, la niña escucha en el silencio de la noche un presagio oscuro. Para la madre, el que la niña menosprecie la fiesta del santo patrono es en sí mal agüero. La madre pasa por alto las advertencias de la niña. Pero cuando la pequeña se queda sola, su primo Javier le comunica la inminente llegada de Jerónimo. Hasta aquí, nada de lo hablado ha sido explícito. Las palabras han servido como metáforas que generan sugestión, y el verdadero peso detrás del hecho atroz que se avecina, se ha hecho sentir por medio del silencio, siempre en un lenguaje elusivo.
Javier: No seré yo quien te quite la inocencia. Es un grave pecado. Es peor que arrancarle la piel a un niño, a un viejo lo sacas de su pellejo como de un vestido, en cambio el niño está bien pegadito...
Úrsula: ¿Jerónimo me quiere arrancar la piel?
Javier: Eso quiere. Dejarte en carne viva, para que luego cualquier brisa te lastime, para que dejes tu rastro de sangre por donde pases para que todos te señalen como la sin piel, la desgraciada...[4]
La pérdida de inocencia de la niña sucede también en la medida en que ella puede intuir el significado ulterior de su destino. Las manchas que va a llevar toda su vida sobre la piel. Después de la intervención de su primo Javier, Úrsula vuelve a buscar la ayuda de su madre. Ante la inminencia del destino, la madre finalmente rompe su silencio. Por primera vez, el lenguaje cadencioso se rompe para dar paso a una prosa seca, directa. Con las palabras desprovistas de cualquier vestimenta lírica o metafórica, Manuela igualmente se desnuda a sí misma para relatar su propia violación, de un modo casi idéntico al de su hija.
“No quiero oír palabras viejas en boca nueva”. El tiempo cíclico
Años atrás, Manuela fue arrancada de su familia por un hombre mayor, y violada. Un primo suyo le advirtió del peligro, sólo para corroborar que ella se encontraba sola y vulnerable. Mientras la madre continúa con su relato, se vuelve evidente tanto para Úrsula como para el espectador, la ciclicidad del tiempo; la traición del primo de la madre es equivalente a la del primo de la hija, un procedimiento de anagnórisis que evidencia la obra como una tragedia que si bien es contemporánea en su planteamiento, sus recursos lingüísticos y narrativos, se mantiene completamente ceñida a ciertos parámetros clásicos: la inminencia de la transgresión ética, el destino trágico que se hereda de madre a hija; la sensación de una fuerza superior que atrae sobre los personajes un castigo inevitable que ellos mismos, en algún momento, se provocaron.
La anécdota corre de un modo lineal. Los hechos del pasado se dan a conocer a través de monólogos de recuerdo o diálogos que se entrelazan para dosificar la información, de manera que, a lo largo de la pieza, el lector-espectador se encuentra con una revelación tras otra. Esto hace que el progreso lineal de la anécdota se vea invadido por intermitencias del pasado, recuerdos que se agolpan en el presente; enriquece la percepción del tiempo y da la sensación de circularidad a pesar de que dentro de la escena nunca hay un salto a otra acción.
Los perros se sustenta en el eje que opone sonido y silencio. Apuesta por la sonoridad de la palabra y la cadencia de los silencios. Hay un fondo sonoro de lo cotidiano: los ladridos, las frases esporádicas y la acción constante de Manuela (prepara tortillas). La propuesta escénica implica un entramado cadencioso que constituye otro modo de enriquecer la percepción temporal, por medio del ritmo. A esto, se suma el uso de la palabra con una minuciosa conciencia sonora, que juega con el tiempo al manipular la forma en que lo recibe el espectador. Algo interesante sucede en este sentido: a pesar de que la obra transcurre sin elipsis, con una duración menor a una hora en tiempo-escena, el tiempo de la ficción transcurre a un ritmo diferente: durante la historia, madre e hija habrán recorrido un día entero en su vida. Es mediante esta conciencia rítmica y musical, plagada de silencios como agujeros voraces en una partitura, que Garro consigue generar la convención verosímil del paso del tiempo en el espectador. ¿Cómo lo logra?
Dentro del universo de Los perros, las víctimas hablan mientras los culpables callan:
Javier: ¿No te has fijado cuando uno se encuentra solo, los gritos se juntan en los rincones, los ojos enemigos se pasean por las paredes, y la voz mala te aconseja?
Úrsula: Sí, sí, cuando estoy sola en el corral y empieza a caer la noche, el guayabo me llama con su voz de ancianito.
Javier: ¿Ves? Con la misma voz el demonio llamó a Jerónimo y le plantó el capricho en el corazón, y esta noche anda muy cerquita de él. Por eso no busques la soledad. ¿Para qué vas a desafiar a las palabras que crecen en lo oscuro? [...] Ya te dije que hay palabras más peligrosas que un cuchillo. Ahora, Jerónimo y los Tejones están bebiendo y hablando, en cuanto junten sus pensamientos se van a callar.[5]
El silencio identifica a los violadores en más de un sentido. Quienes raptarán a Úrsula llevan el nombre de Tejones: animal nocturno, sigiloso que se esconde en madrigueras bajo la tierra. Los hombres que años atrás violaron a Manuela llevan el nombre de “Otilios, conocidos por mal nombre Los Queditos, porque cuando caminaban parecía que no pisaban”.[6] Así, en las palabras utilizadas para identificar a quienes, con su violencia, darán pie al peso abrumador de la situación dramática, se encuentra también uno de los factores que apoyarán el desarrollo temático y musical de la obra. Esta música se articula a través de la oposición entre diálogos cargados de lirismo, repeticiones, y momentos de silencios largos y contundentes en los que se sugiere que algo está sucediendo en el mundo interno de los personajes, más profundo que lo que ellos pueden articular.
En Los perros, la base rítmica es el silencio. Éste tiene la función de construir elipsis temporales; sin saltos o cortes, o cambios de escenario: en el universo de la obra de Garro, el tiempo de la anécdota (un día) se condensa por medio de las acciones y la relación entre los personajes, que en tiempo escena ocupan menos de una hora. El silencio de los protagonistas no sólo revela parte de su carácter o acentúa los momentos más dramáticos que viven madre e hija, sino que constituye el cimiento del ambiente en sí. Este silencio es invadido por los ladridos de los perros, que enfatizan la sensación de vacío, al igual que el ruido que hace Manuela al preparar tortillas, o el vapor de la plancha de Úrsula, correlato objetivo de sus emociones. La plancha hierve como el corazón de la niña ante la inminente y constante sensación de amenaza.
A esta dimensión sonora se añaden los colores, tan presentes en la obra de Garro. “El día es margarita”,[7] se dice al principio de la obra, y más adelante, la noche cae y su profunda oscuridad también se ve revelada en el diálogo de los personajes. Es una técnica dramatúrgica tan vieja como el teatro mismo. En tiempos de Esquilo, incluso Shakespeare, la falta de luz eléctrica hacía necesario que las obras se representaran durante el día. El salto del tiempo, o los cambios bruscos de espacio, se realizaban mediante la enunciación. A Úrsula le corresponde el color rosa, típico mexicano, asociado con la festividad de la muerte, la fertilidad y la juventud; y el rojo carne que implica su pérdida de la inocencia. El mismo color rosado se ve en el vestido de Julia Andrade en la novela Los recuerdos del porvenir, como símbolo de juventud. La madre va envolviéndose en las sombras, y construye imágenes negras, llenas de oscuridad y silencios que sólo son corrompidos por los ladridos de los perros. Pero incluso más allá de estos colores hay una conexión ulterior, una búsqueda del texto por conectarse con los mitos y el teatro clásicos, y el universo legendario de raíces mexicanas.
Dentro del extrañamiento que se introduce por medio del lenguaje, cabe señalar el uso genuino de la sinestesia; en momentos de suma tensión dramática, la descripción de los sentidos se cruza, para fortalecer la imagen poética y enfatizar las situaciones: “Javier: (En voz más baja:) La voz del hombre en los silencios de la noche, es extranjera al hombre. Tiene ojos para ver su fin. ¿Crees que los perros ven venir la muerte con sus ojos? No, la ven con el aullido”.[8] Mientras la amenaza se vuelve inminente, el modo en que los personajes se refieren a sus sentidos se intensifica; la realidad es captada plásticamente, a través del principio de analogía; los límites entre los sentidos se diluyen y se mezclan.
Los ecos de los nombres y los mitos
Se ha hablado mucho en las críticas de la asociación obvia con el mito de Démeter y Perséfone, en el que la hija es raptada por su tío, dios del inframundo; la tristeza de la madre por la pérdida da origen al invierno, y la alegría de recuperarla cada tanto da origen a una nueva primavera. Es un mito que implica la violación carnal y, además, la fuerza motriz y natural que siempre trae nueva vida a la tierra. Al ser violada, Manuela queda preñada de Úrsula, quien ¿asumimos? también quedará encinta después de entregar su inocencia, y llevará sobre la piel las mismas marcas de su madre. Al igual que el mito griego, Los perros se articula dentro de una estructura cíclica en donde el final nos deja ver una cadena de acontecimientos que podrían repetirse una y otra vez sin parar. La madre de Úrsula la buscará durante siete años, del mismo modo que Démeter buscó a Perséfone hasta las entrañas del Hades.
Los orígenes mismos del teatro se encuentran profundamente enraizados en este mito de búsqueda y fertilidad. El ritual del camino a Eleusis, que recibieron poetas y pensadores atenienses, implicaba el consumo de enteógenos para tener la experiencia de la misma Démeter y renacer de la tierra. El iniciado, debía entrar con la cabeza cubierta (no olvidemos que Úrsula deja la escena con su propia cabeza cubierta por un sarape) y simbólicamente entregar su vida, pues “violar a Perséfone es una forma de auto-sacrificio”. Esta noción arcaica y poderosa de la pérdida de la infancia, de dar la vida anterior para ingresar a una vida nueva está todo el tiempo presente en Los perros. Cuando raptan a Úrsula, Manuela ya sabe que la inocencia de su hija habrá muerto cuando la encuentre.
En los nombres mismos de los protagonistas está implícito su destino. Manuela es el femenino del Emmanuel bíblico, y significa: “Dios está con nosotros”. Úrsula significa “osa”, asociada con la estrella polar, la luna y sus ciclos de fertilidad. Pero asimismo Santa Úrsula es la mártir católica que marchó al frente de 11 mil vírgenes y al final fue sodomizada y muerta a manos de los salvajes.
En la obra, madre e hija se preparan para la celebración de san Miguel, a finales de septiembre. Esta fiesta corresponde con la fecha de los ritos Eleusinos, la caída de las hojas en otoño, cuando empieza el llanto de Démeter por haber perdido a su hija. El equinoccio de otoño, al igual que en Grecia, era celebrado por los mexicas, en un día importante de culto a Chicomecoátl, la diosa serpiente del maíz, y su hija Xilonen. Tal como rememora Richard J. Callan en su ensayo “El misterio femenino en Los perros de Elena Garro”, durante esta celebración, se hacían tortillas con maíz fresco, tradición que se representa al inicio de la obra, en las manos de Manuela. No sólo eso, sino que durante el rito, una joven virgen de 12 años encarnaba a Xilonen, y era ofrecida en un sacrificio que consistía en desollar a la virgen, quitándole toda la piel como una serpiente humana.[9]
Así, la autora es capaz de articular la obra en muchos niveles distintos que se complementan uno al otro, y complejizan una anécdota que podría parecer simple en una primera lectura. Garro propone un mundo casi realista, pero lleno de tintes trágicos que provienen tanto de los mitos más antiguos que dieron origen al teatro como del imaginario indígena que sublimó en tantos de sus textos. De este modo se genera un mundo que está todo el tiempo en la delgada línea entre lo real y lo fantástico, sin embargo, en ningún momento rompe con su propio marco de verosimilitud.
Burke, Jessica, “Significant Silence in Elena Garro's Los perros”, en Hispania, núm. 1, vol. xciii, 2010, pp. 23-28, (consultado el 23 de noviembre de 2012).
Callan, Richard J., "El misterio femenino en Los perros de Elena Garro", en Revista Iberoamericana, vol. xlvi, 1980, pp. 110-111, (consultado el 23 de noviembre de 2012).
Garro, Elena y Beth Miller, “Los Perros (The dogs), Translation and introduction by Beth Miller”, en Latin American Literary Review, núm. 15, vol. 8, 1979, pp. 68-85.
Garro, Elena, Los recuerdos del porvenir, México, D. F., Joaquín Mortiz, 1991.
----, Los perros, en Obras reunidas ii: Teatro, introd. de Patricia Rosas Lopátegui, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 2009, pp. 211-225.
----, "Los perros", en Revista de la Universidad de México, núm. 7, vol. xix, 1965, pp. 20-23.
Glantz, Margo, “Los enigmas de Elena Garro”, en Anales de Literatura Hispanoamericana, núm. 28, 1999, pp. 681-697.
Johnson, Harvey L., “Elena Garro's Attitudes toward Mexican Society”, en The South Central Bulletin, núm. 4, vol. xl, 1980.
Mora, Gabriela, “Los perros y La mudanza de Elena Garro: Designio social y virtualidad feminista”, en Latin American Theatre Review, núm. 2, vol. 8, 1975, pp. 5-14, (consultado el 23 de noviembre de 2012).
Pimentel, Luz Aurora, El relato en perspectiva, México, D. F., Siglo xxi Editores/ Universidad Nacional Autónoma de México, 1998.
Poniatowska, Elena, “Una biografía de Elena Garro”, en La Jornada Semanal, núm. 602, 17 de septiembre de 2006, (consultado el 23 de noviembre de 2012).
Rosas Lopátegui, Patricia, “La magia innovadora en la obra de Elena Garro”, en Casa del Tiempo, núm. 10, vol. i, 4ª época, 2008, pp. 41-46.
“Estrenarán Los perros de Elena Garro en la ciudadela”, El Universal, 21 de mayo de 2007, (consultado el 26 de noviembre de 2012).
Harmony, Olga, “Los perros”, La Jornada, 22 de marzo de 2007, (consultado el 26 de noviembre de 2012).
Los perros, Cuadernillo de mediación cultural TEATRO UC, núm. 31, (consultado el 2 de agosto de 2016).
Los perros. De Elena Garro, [fragmento de puesta en escena], publicado el 18 de junio de 2012, duración: 2:30, (consultado el 26 de noviembre de 2012).
Los perros en Teatro UC.mov, [presentación de puesta en escena], publicada el 12 de junio de 2012, duración: 3:15, (consultado el 26 de noviembre de 2012).