Enciclopedia de la Literatura en México

Rimas

mostrar Introducción

La obra poética de Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) forma parte de la segunda etapa del Romanticismo en México y es breve si se compara con el desarrollo que tuvieron en la pluma del maestro otras expresiones literarias (ensayos, discursos, crónicas, novelas y crítica literaria). Los años de juventud –que corrieron entre 1854 y 1864– fueron los más fecundos para este género; se coronan con la aparición de “Al Atoyac”, escrito en julio de 1864, una de las cumbres de la poesía nacional decimonónica. Otros poemas paradigmáticos son “Los naranjos”, “Las amapolas” o “Las abejas”, compendiados en Rimas, pequeño y hermoso volumen que comprende casi toda su poesía.  Aparece por  primera vez en El Federalista en 1871 y poco después en El Domingo. Su tercera edición (1880), a cargo de la Tipografía Literaria de Filomeno Mata, será la que termine de fijar tanto el número de textos como su distribución interna. Una parte de ellos están vinculados con sus propuestas de construcción de una identidad nacional, de un proyecto educativo y de la literatura como medio de aprendizaje. Existe también una serie de poemas descriptivos, de carácter amoroso o sentimental y otros más, dedicados a diversos temas de circunstancia.

mostrar Años peregrinos: contextos histórico y estético

En 1852, Altamirano es expulsado del Instituto Científico y Literario, entre otros motivos políticos, por su participación en el periódico estudiantil Los papachos, de tendencia liberal. En los siguientes tres años, según José Luis Martínez, “se lanza a la conquista de la vida” e inicia con mayor constancia su labor poética. Cuando estalla la Revolución de Ayutla se cree que participó al lado de Juan Álvarez y, terminado el conflicto, en 1855, se inscribió en el Colegio de San Juan de Letrán para cursar estudios en derecho que concluyeron en 1858. Los siguientes años da clases de latinidad en el mismo Colegio. En 1859 recibe los cuerpos baleados de sus amigos Juan Díaz Covarrubias y Manuel Mateos, motivo por el cual compone “Los bandidos de la Cruz”. Para 1860 y con el apoyo de Juan Álvarez es electo diputado de Galeana, cargo que desempeña hasta 1863. Durante estos diez años de peregrinar es que escribe el grueso de sus poemas.

El Romanticismo en México adquiere matices especiales: conscientemente intenta alejarse de lo español recurriendo a modelos franceses o ingleses, a Víctor Hugo o a Byron,  aunque termina por volver a la obra de poetas como Espronceda, Cienfuegos, Bécquer, Campoamor y Zorrilla. En consonancia con las ideas de Henríquez Ureña, José Luis Martínez asegura que de los temas heredados por los españoles, los favoritos para nuestros poetas serán  los sentimentales, el paisaje interior, el tono nocturno y melancólico, la política y la mujer, aunque cada uno ponga el acento en sus particulares intereses. Así, el Romanticismo mexicano se ajustó a lo que se pedía de él: que “exagerara mesuradamente –apunta José Luis Martínez– aquellas notas de su propia sensibilidad –sentimentalismo, melancolía, etcétera– que convenían al momento”  y, siguiendo la misma línea de pensamiento, María del Carmen Millán agrega que el Romanticismo se adaptó a nuestra particular manera de ser y de sentir.[1]

La Academia de Letrán se puede identificar como el sitio en que el Romanticismo echó raíces en nuestro país, mientras que el Liceo Hidalgo, representa su culminación. De este último, Altamirano fue presidente en 1870, en su segunda época. Entre sus miembros se encontraban José Tomás de Cuéllar, Vicente Riva Palacio, Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Juan de Dios Peza, Manuel Acuña, además de otros importantes literatos de la época. Ahí, el guerrerense ejerció su magisterio y consiguió ser la personalidad más distinguida de su tiempo.

mostrar La clasificación de la poesía de Altamirano

A partir de su tercera edición, Rimas quedó dividido en tres apartados: “Idilios”, “A una sombra” y “Cinerarias”. Como muestra de agradecimiento, lo dedicó al hijo de su mecenas, Luis Rovalo: Agustín, a quien llama cariñosamente hermano y le asegura reunir en dicho volumen toda su producción poética: “humildes flores de mi corazón juvenil. Sin belleza y sin perfume”. También incluye dos escolios; el primero de ellos ofrece directrices en la interpretación de los poemas “La flor del alba”, “La salida del sol”, “Los naranjos” y “Las amapolas”; el segundo es de carácter anecdótico, pues el autor lo aprovecha para reparar (e informar) el equívoco por el cual unos versos suyos, titulados “A Ofelia Plissé”, aparecían atribuidos a la señorita Mercedes Salazar de Cámara en la antología Poetisas americanas. Ramillete poético del bello sexo hispanoamericano, preparada por José Domingo Cortés (1839-1884) en París. Altamirano se lamenta del engaño sufrido por el autor chileno, a quien considera “un ilustrado escritor” y copia la carta que su amigo Francisco Sosa (1848-1925) publica en El Federalista para informarle sobre dicho plagio. Ambas notas complementan el sentido de los textos e ilustran la recepción que la poesía de Altamirano tuvo en la época.

Para Reyes Nevares pueden identificarse los siguientes tópicos íntimamente conectados entre sí: poesía descriptiva, poesía sentimental y erótica y poesía cívica.[2] La clasificación no es, por supuesto, rígida; los poemas de determinada adscripción temática comparten rasgos con los de otra, pero es un instrumento que permite agrupar los textos de manera sencilla y ordenada.

mostrar Idilios y paisajes: la poesía descriptiva

Mientras que la búsqueda por expresar lo propio mexicano, explica María del Carmen Millán, lleva a autores como Ignacio Rodríguez Galván o Guillermo Prieto al tema indigenista y al popularismo, respectivamente, en Altamirano se manifiesta en la exploración del paisaje y su descripción, haciendo uso de “palabras indígenas, musicales y evocadoras”[3] cuya cadencia recuerda, para José Luis Martínez “el sopor y languidez tropicales de su paisaje nativo”.

La primera parte de Rimas bien se puede identificar con la poesía descriptiva o de paisaje. En “Idilios”, aparecen algunos de los poemas más celebrados del guerrerense: “La salida del sol”, “Los naranjos”, “Flor del alba”, “Las abejas” y “Las amapolas”. En ellos se toma como punto de partida la descripción de espacios físicos para cifrar simbólicamente el presente y la geografía del país.

Como parte de su plan de acción para una literatura nacional (que encuentra sus antecedentes en obras como la Grandeza mexicana de Bernardo de Balbuena y en la Rusticatio mexicana de Rafael Landívar), Altamirano reclama a los poetas la incorporación de los paisajes mexicanos en la poesía y, en ocasión de comentar la obra de Manuel Carpio (1791-1860), en “De la poesía épica y de la poesía lírica en 1870”, escribe:

[los poetas líricos mexicanos] hicieron sus pruebas en el género religioso; y dando la espalda a la bellísima y fecunda naturaleza de México, a su cielo sin igual, a sus montañas, a sus flores, a sus lagos, a sus ríos, a sus mares y a sus vírgenes y a sus guerreros y a sus epopeyas, procuraron adivinar con la imaginación los paisajes de Judea, de Sodoma y de Egipto, y se pusieron a describirlos con piadoso afán; de manera que el pueblo conocía de oídas, lo mismo que los poetas, las orillas del Tiberíades y los montes de Salem, y no conocía nuestros deliciosos paisajes y nuestras bellezas inmensas. 

Aunque Altamirano aprecia la obra de Quintana Roo, Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto o Casimiro del Collado, consagradas a encontrar nuevos valores de expresión para el país, sus postulados en torno a la poesía nacional piden indagar en lo autóctono, lo propio mexicano. Las apropiaciones del mundo clásico con las cuales el mismo autor se nutría –dentro de sus lecturas se cuenta la antología Autores selectos de la más pura latinidad, que estudió en el Instituto Científico y Literario de Toluca– debían ser dosificadas para que produjeran un canto característico inspirado en la historia nacional. De ahí la importancia que Altamirano da a la poesía épica, en la cual encuentra la simiente del patriotismo y de la libertad.

En los poemas descriptivos prevalece una visión optimista, teñida de esperanza e imágenes cálidas. “La salida del sol” es una suerte de canto erigido como alabanza al “astro rey”, símbolo de la vida, el color, el nacimiento. Así lo nota José Luis Martínez, cuando sugiere que en nuestra poesía romántica domina un tono de espontánea expresión popular. El texto está escrito en octosílabos a manera de un romance tradicional. Las palabras que escoge construyen la armonía al interior del poema a partir de elementos que están en la naturaleza:

Sobre la verde ladera
que esmaltan gallardas flores,
elevan su frente altiva
los enhiestos girasoles,
y las caléndulas rojas
vierten al pie sus olores.[4]

“Flor del alba”, cuya estructura es la de un romance, se enfoca en el amanecer que avanza y anima, envolviéndolo todo con su “dulce claridad”. Sin embargo, ya se entrevé un carácter simbólico, pues el amanecer, en tanto que fuerza naciente, se asocia a los designios de la historia, dados los ideales progresistas y liberales del autor:

Las montañas de occidente
la luna traspuso ya,
el gran lucero del alba
mírase apenas brillar.
Al través de los nacientes
rayos de luz matinal,
bajo su mano de niebla
gime soñoliento el mar.
[...]
el águila allá en las rocas
con fiereza y majestad
erguida ve el horizonte
por donde el sol nacerá.[5]

La presencia del águila es susceptible de asociarse a un ideario. Su vuelo y mirada dirigidos hacia el nacimiento del sol pueden representar al joven país que era México. Con base en los ensayos de Altamirano y sus propuestas de construcción de una identidad nacional, la imagen sugerida en este poema alude al despertar de una sociedad nueva. No hay que olvidar que aun los poemas descriptivos sirvieron al autor para plasmar sus ideales políticos, tal como afirma Edith Negrín en “Evocación de un escritor liberal”. Por ello no será raro que desde su primer acercamiento a la literatura, a través de la poesía, reluzca un trasfondo nacionalista en su obra.

Salvador Reyes Nevares anota que “Altamirano quería contribuir a que en México se consolidase una literatura verdaderamente nuestra y proponía a sus colegas […] el desarrollo de temas nacionales, tomados de la historia patria o del acervo popular de leyendas, costumbres y creencias que entre nosotros es tan rico”.[6] El poema, de largo aliento, además, contiene palabras propias de México, de su geografía, fauna y flora: como guacamayos y cenzontles.

“Al Atoyac” comparte recursos de la poesía descriptiva con los poemas anteriores: la visión idílica del espacio, un léxico mexicano y una descripción que por momentos se suspende sobre uno o varios aspectos que excitan la inspiración del poeta. Lo conforman veinticuatro estrofas de versos alejandrinos. Sin embargo, a diferencia de los poemas anteriores, donde el yo poético queda diluido en la descripción de los paisajes, en “Al Atoyac” resalta una voz intimista, que destaca por su carácter romántico y que conjunta y armoniza su sentir con el paisaje:

Las palmas se entrelazan, la luz en sus caricias
destierra de tu lecho la triste oscuridad:
las flores a las auras inundan de delicias…
y sólo el alma siente su triste soledad.[7]

La soledad del poeta en relación con el paisaje se extiende en una serie de versos, como los anteriores, que ponen de relieve el vínculo entre la voz y el entorno. Pero la labor de este poema no se reduce a imitar los ecos del Romanticismo. Su particularidad radica en adaptar el tópico y el sentimiento a un paisaje mexicano.

Por otro lado, esta vertiente descriptiva también es consecuencia de una fuerza sensual. El mismo autor confiesa en la primera nota del libro su temor a que algunos de los poemas incluidos “se juzgasen demasiado libres”. Aunque inmediatamente después se disculpe, declarando en su favor que “los mismos amigos combatieron mis escrúpulos, dándome razones que también a mí se me ofrecían como apoyos para decidir la publicación”. Los nombres de Anacreonte, Teócrito, Bion de Esmirna, Horacio, Catulo, Ovidio y hasta el mismo Cantar de los cantares, aparecen como argumentos.

Los poemas en cuestión eran “Los naranjos” y “Las Amapolas”. El primero, cuya estructura es la de octavas de ocho sílabas con rima consonante (ABBC-ADDC), aprovecha la descripción del paisaje, el atardecer, el río y los naranjos, para hacer un retrato sensual de una muchacha que se baña en el río y a la cual la voz poética solicita:

Deja el baño, amada mía,  a

sal de la onda bullidora; 

b

desde que alumbró la aurora   

b

jugueteas loca allí.

c

¿Acaso el genio que habita

a

de ese río en los cristales,

d

te brinda delicias tales

d

que lo prefieres a mí?[8]

c

El sujeto lírico intenta seducir a la bella muchacha que juguetea en las linfas. Apela a la naturaleza que, como locus amoenus, se vuelve el lugar propicio para el encuentro de los amantes: “¿No ves que todo se agita, / todo despierta y florece?” Hasta que finalmente, en un giro muy propio de este tipo de poemas lo consigue: “¡Ah, no! perdona bien mío; cedes al fin a mi ruego / y de la pasión el fuego / miro en tus ojos lucir.” Una vez que el encuentro entre los amantes se ha consumado, los naranjos, sigilosos testigos de su amor, esparcen sus perfumes sobre la alfombra de flores:

En la ribera del río
todo se agosta y desmaya;
las adelfas de la playa
se adormecen de calor.
Voy el reposo a brindarte
de trébol en esta alfombra,
a la perfumada sombra
de los naranjos en flor.[9]

El segundo poema, fechado en junio 1858 es “Las amapolas”. La anécdota que en él se relata es similar a la anterior, sólo que esta vez, no es la voz lírica quien solicita los favores de la joven muchacha, sino un mancebo que, abrumado por el calor de la tarde, suplica a su acompañante:

Ten piedad, hermosa mía
del ardor que me devora,
y que está avivando impía
con su llama abrasadora
esta luz de mediodía.
(...)
Suelta ya la trenza oscura
sobre la espalda morena;
muestra la esbelta cintura,
y que forme la onda pura
nuestra amorosa cadena.[10]

Sus dieciocho estrofas oscilan entre los ocho y cuatro versos; la rima es irregular y su extensión es octosilábica. Además del elemento humano, la descripción del paisaje cobra importancia debido a su colorido y la especificidad con que cada uno de sus elementos son nombrados, acentuando la identidad mexicana: “Los arrayanes se inclinan”, “las blancas amapolas”, los “eneldos y azahares” o “las palmas” y “los mangles”. El poema es ejemplo de la maestría descriptiva de Altamirano, a la vez que da muestra de un sutil e inteligente erotismo.

mostrar Una sombra: poesía sentimental y amorosa

La segunda parte de Rimas,A una sombra”, contiene poemas dedicados a la muerte de un amor de juventud de Altamirano: “En la muerte de Carmen”, “En su tumba”, “Pensando en ella”, y otros en tono de lamentación como “Al Xuchitengo” y “Recuerdos”, que el poeta ofrece a la memoria de su madre. Conviene detenerse en este último, pues expresa el carácter sentimental del autor. Es una muestra de algunos de los postulados centrales del Romanticismo: el desconsuelo y la orfandad:

Me agito en la orfandad, busco un abrigo
donde encontrar la dicha, la ternura
de los primeros días; ni un amigo
quiere partir mi negra desventura.
Todo miro al través del desconsuelo;
y ni me alivia en mi dolor profundo
el loco goce que me ofrece el mundo,
ni la esperanza que sonríe en el cielo.[11]

Altamirano muestra, sin decirlo explícitamente, que a través de la escritura existe una salvación para la voz dolorida que enuncia una pérdida familiar. “En la muerte de Carmen” el tono romántico es aún más evidente. En este poema de veinte estrofas con rimas consonantes, el sujeto poético llora a la muerte de la amada. Comienza con exclamaciones de sufrimiento interrumpidas con interrogantes a lo insondable, al dolor y a Dios:

¡Tanto esperar!… ¡tanto sufrir, y en vano!
¡Morir las ilusiones tan temprano!
¡Tanta oración perdida y tanto afán!
Así después de bárbaras fatigas,
¡ve el labrador quebrarse sus espigas
Al soplo destructor del huracán!

¿Conque es verdad, Señor? ¿Después de tanto
suspirar por un bien, en el quebranto
de mi lánguida y mísera niñez,
cuando una dicha me aparece apenas,
de Tántalo al martirio me condenas
y te enfureces contra mí otra vez?

¿Qué te he hecho yo, criatura desdichada
que arrastro una existencia envenenada
por el amargo filtro del dolor,
para que tú, Dios grande omnipotente,
así descargues en mi débil frente
los golpes sin cesar de tu furor?

[...]
¿Sabéis lo que es una mujer querida
cuyo amor alimenta nuestra vida?
¿Sabéis lo que es perderla? ¡Maldición!

[...]
Esa mujer me amó... mis años lentos
de soledad, de hastío, de tormentos,
por ella, por su amor solo olvidé.
Era mi Dios, mi pecho solitario
fue de su imagen perennal santuario;
como a Dios adoraba, la adoré.[12]

La amada, transfigurada en Dios suscita la escritura. Es a través de su pérdida como el poeta despierta a la poesía. Quizá por ello, el final del poema ofrece un giro en el que se termina por exaltar la vida:

¡Adiós, ángel, adiós! en mi tormento
mi existencia será sólo un lamento;
mas con tu dulce imagen viviré.
¡Adiós, sueños rosados, dulces horas,
dulces como el placer y engañadoras!
¡Adiós, mi amor y mi primera fe![13]

Estos mismos ejes temáticos se repiten en “Pensando en ella” y “En su tumba”, fechado en 1858:

Ayer la vi brotar fresca y lozana
como una flor que acarició la aurora,
cuando al primer albor de su mañana
el puro cáliz de su pecho abrió.
 
Hoy de la muerte á la fiereza impía
mi pobre virgen se agostó por siempre,
como la débil flor que al medio día
sobre su tallo mustio se dobló.[14]

“Al Xuchitengo”, es también un poema de largo aliento, que añade al registro de “En la muerte de Carmen” o “En su tumba” un recorrido plástico por el paisaje del río Xuchitengo. Se continúa lo que en poemas como “Las amapolas” o “Los naranjos” el poeta ensaya, sólo que ahora es el tono melancólico –y no el erótico– el que va acompañado por descripciones sobre la naturaleza:

¡Qué tardes hermosas allí en tus riberas;
qué dulce es el rayo del sol junto á tí!
¡Qué sombras ofrecen tus verdes mangueras,
qué alfombras de césped se extienden allí!

La flor del naranjo la brisa embalsama,
los nardos perfuman el bosque también;
el mirto silvestre su aroma derrama,
y el plátano esbelto refresca la sien.

¡Oh río! mi historia de dicha tú vistes,
allí en tus riberas borrada estará
vinieron mis tiempos nublados y tristes,
¡aquella divina mujer murió ya![15]

Los poemas de esta sección abordan amores idealizados, en los que la mujer es una entidad etérea, ideal; su aparición en el poema se relaciona con el amor romántico, en el que la pérdida implica la producción de la escritura y la lamentación. El erotismo, por su parte, está íntimamente vinculado a la descripción de paisajes y entornos que cifran los sentimientos del poeta, como se ha visto en “Los naranjos” o en “Las amapolas”. Los tópicos se relacionan en gran medida con muchos de los postulados del romanticismo y a nivel formal tienen una estrecha relación con la poesía clásica de la cual Altamirano se nutrió.

mostrar Poesía cívica

Aunque la tercera parte de Rimas, “Cineraria”, no contiene exclusivamente poemas de corte cívico, sí incluye algunos de los más significativos. La poesía cívica de Altamirano tiene el tono idealizado, donde el paisaje ocupa un lugar central, de la poesía sentimental y erótica, pero siempre va acompañada por las preocupaciones nacionalistas del autor. Entre ellas encontramos la asunción de diversas problemáticas propias del nuevo país en continua transformación: la pobreza, la traición de los grupos conservadores, la asunción de una identidad propia y definida, son algunos de los temas que recorren estos versos. El poema “En la distribución de premios del Colegio Desfontaines”, que aparece como inédito en la tercera edición de Rimas, representa la esperanza en la juventud y los ideales progresistas de Altamirano confiado en la educación. Aunado a estos temas hay, asimismo, un afán por imbricar el paisaje de las tierras mexicanas con los asuntos planteados. La vocación del poeta como paisajista es recurrente, tanto en las crónicas, como en los ensayos, Altamirano combina la voluntad lírica con el universo de las ideas; en “A orillas del mar”, poema de largo aliento escrito en endecasílabos, Altamirano escribe:

Aquí, los ojos en las ondas fijos,
pienso en la patria ¡ay Dios! patria infelice,
de eterna esclavitud amenazada
por extranjeros déspotas. La ira
hierve en el fondo del honrado pecho
al recordar que la cobarde turba,
de menguados traidores, que en malhora
la sangre de su seno alimentara,
la rodilla doblando ante el injusto,
el más injusto de los fieros reyes
que a la paciente Europa tiranizan,
un verdugo pidiera para el pueblo,
que al fin cansado rechazó su orgullo.[16]

El proyecto nacional de Altamirano comprendía la fe en el progreso y la confianza en la avanzada educativa. La forma didáctica que atribuía a lo literario está íntimamente relacionada con el espíritu pedagógico que caracterizó su pensamiento. En los versos citados anteriormente esto es perceptible, Altamirano se refiere a la patria condenada al yugo extranjero, al despotismo de los dominadores y, del mismo modo, a la necesaria construcción de una identidad propia. También los poemas que están destinados a pensar en un personaje poseen las herramientas críticas y didácticas que el autor empleó de igual manera en sus novelas.

En términos formales y retóricos habría que advertir que en la poesía cívica prevalece un léxico destinado a ensalzar la antigüedad griega con mayor notoriedad que en los rubros anteriores. Son poemas con mayor complejidad por su espíritu crítico y las alusiones históricas. Las imágenes adquieren mayor alcance debido a los distintos subtextos que el autor cuestiona de su presente época.

mostrar Los poemas del maestro, recepción crítica

La poesía del guerrerense siempre fue recibida con respeto por parte de sus contemporáneos. Como refiere Edith Negrín, muchos de los más grandes escritores de la centuria antepasada, como Manuel Gutiérrez Nájera, Ángel de Campo o Juan de Dios Peza, reconocían en él al “maestro de todas las generaciones literarias que existen en México”, como proclamó el mismo Micrós en una velada en su honor poco antes de que partiera como cónsul hacia Europa.

El estilo de Altamirano es, en el juicio de Manuel Gutiérrez Nájera: “sobrio, terso, transparente y pulido […] Su elegancia no dimana de la brillantez del color, sino del corte; no depende del vestido, sino del cuerpo. El estilo de Altamirano es naturalmente elegante y gran señor. ‘No lo han hecho los sastres’. Nació así”.[17] La sobriedad, la transparencia observada por Nájera es un rasgo que Altamirano también cultivó en su prosa. En sus poemas descriptivos también se nota el cuidado del autor y su esfuerzo por conseguir una economía en el lenguaje. Alfonso Reyes piensa que están llenos “de imágenes y objetos visibles y palpables, de tropicales arrullos y dulces muelleces, de amenidad y hallazgos felices”.[18]

Enrique González Martínez, por su parte, caracterizó sus versos como “limpios, naturales y melodiosos, cuidando la forma castiza que guardó celoso a pesar de los vocablos del terruño, y su estilo de poeta fue siempre culto, elegante y fino”.[19] Luis G. Urbina hizo énfasis en su “voluptuosidad romántica” y en la expresión clásica de su sobriedad.[20]

Manuel Sol asegura que el lugar que Altamirano ocupa en la poesía mexicana se debe a su obra descriptiva, sobre todo por la manera en que fue leído por sus contemporáneos: Justo Sierra, Gutiérrez Nájera, Carlos G. Amézaga o Antonio Fernández Merino y que le reconocieron el honor de ser el primer poeta del paisaje mexicano.[21]

Sin embargo, cabe señalar que para Salvador Reyes Nevares, Altamirano no fue un poeta constante,[22] pues como estipula Ezequiel A. Chávez, la poesía fue el vehículo de expresión de su juventud, la practicó asiduamente durante unos diecisiete años para después dejarla. No obstante, siguiendo el juicio de Edith Negrín, si bien sus poemas son obra de juventud, la selección y el ordenamiento de su único poemario, Rimas, es tarea de su madurez. Los poemas ahí incluidos dan muestra de su sensibilidad y capacidad poética. Hacen justicia a la labor de un hombre que toda su vida estuvo entregado al enriquecimiento de las letras nacionales.

mostrar Bibliografía

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mostrar Enlaces externos

Altamirano, Ignacio ManuelRimas, Colección Digital de la Universidad Autónoma de Nuevo León, (consultado el 4 de septiembre de 2013).

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