1995 / 07 ago 2017 11:54
Nació en Mérida, Yucatán, en 1787 y murió en la Ciudad de México en 1851. Político, abogado y escritor. Diputado en el Congreso de Chilpancingo. Presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, que hizo la declaratoria de Independencia en 1813. Subsecretario de Relaciones de Agustín de Iturbide. Ministro de Justicia de Antonio López de Santa Anna. Primer presidente de la Academia de Letrán. Esposo de Leona Vicario. Sus poesías se publicaron en El Diario de México. Colaboró como periodista en El Semanario patriótico americano, El Ilustrador americano, El Federalista, El Correo de la Federación y El Diario de México.
1958 / 17 sep 2017 15:17
Su poesía, si no de altos vuelos, fue castigada y severa. Andrés Quintana Roo más bien pertenece a nuestra historia política y su excelente prosa, criada en el humanismo, daba forma y acercaba a México a las ideas revolucionarias de Francia y de los Estados Unidos.
2018 / 14 jun 2018 08:36
Andrés Quintana Roo nació el 30 de noviembre de 1787, en el seno de una familia medianamente acomodada de la ciudad de Mérida, en Yucatán, y murió el 15 de abril de 1851 en la Ciudad de México. Hijo de José Matías Quintana, introductor del primer periódico de la península, y María Roo. Desde pequeño, recibió una educación muy religiosa, al grado de que se esperaba de él un futuro entregado a la vida eclesiástica. En 1794 estudió en el Seminario Conciliar de San Ildefonso de Mérida, donde tuvo la oportunidad de aprender filosofía con Pablo Moreno Triay, un hombre con firmes preocupaciones sociales y una cultura post-ilustrada que fue bien acogida por el joven estudiante. Para 1803, Quintana Roo pudo ser examinado en lógica y metafísica con éxito por fray Buenaventura Franco, Manuel González y Pedro Sánchez Valverde. Dos años más tarde acreditó los exámenes de arte y comenzó a aprender teología y cánones con Juan María de Herrero y Azcaro. Decidió estudiar Jurisprudencia, por lo que tuvo que dejar Yucatán para trasladarse a la Ciudad de México. A los 21 años logró ingresar a la Real y Pontificia Universidad. En 1809 obtuvo el título de bachiller en artes y cánones.
Se podría decir que la leyenda heroica y romántica que circunda la biografía de Quintana Roo comienza en este momento, pues entró a trabajar con el prestigioso licenciado Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, tío y tutor de la huérfana María de la Soledad Leona Martín Vicario y de Agüeros, heredera de una pequeña fortuna y destinada a una vida como esposa de un aristócrata novohispano. Sin embargo, contra las costumbres de la época, los dos jóvenes se enamoraron y él pidió la mano de Vicario en 1812, la cual fue negada. Posteriormente, Quintana Roo viajó a Tlalpujahua para entrevistarse con Ignacio López Rayón y ahí se insertó en la lucha insurgente que tenía como objetivo la emancipación de España. Aunque no tenía formación militar, decidió participar con la pluma y escribir notas y pequeños discursos elocuentes y altamente persuasivos en los periódicos insurgentes El Ilustrador Americano y El Semanario Patriótico Mexicano. Según Adolfo Prieto, “fue el cerebro de la revolución”. Su participación en la lucha insurgente le permitió conocer al cura José María Morelos y Pavón, y entablar una cierta amistad y colaboración con él. De hecho, Quintana Roo participó como representante de Yucatán en el Congreso, luego de la Constitución de Chilpancingo. Sin embargo, en 1815 murió Morelos y el Congreso se diluyó.
Vicario había escapado de la casa del tío el 28 de febrero de 1813 para reunirse con Quintana Roo, pero, tras la denuncia de su desaparición, fue capturada y recluida en el Colegio de Belén, de donde fue rescatada por éste. Poco después, contrajeron matrimonio en Tlalpujahua. Ambos se vieron obligados a vivir como prófugos, incluso ella tuvo que parir a su primogénita Genoveva en una cueva de Archipixtla, únicamente con la ayuda de su esposo. De 1815 a 1818 la pequeña familia vivió escondida en la sierra de Tlatlaya (entre lo que hoy es el Estado de México y Guerrero). Desafortunadamente, los encontraron los realistas y los separaron: ella y la hija fueron llevadas ante su tío y él fue tomado prisionero en San Pedro Tejupilco. Aunque la justica real confiscó sus bienes y lo condenó a vivir exiliado en España, las buenas relaciones de Agustín Pomposo permitieron que permaneciera un tiempo en Toluca, y poco después aquél ofreció ayuda económica para que la pareja se trasladara a la Ciudad de México. Una vez establecidos, Quintana Roo retomó los estudios de jurisprudencia y se incorporó al Ilustre y Real Colegio de Abogados en 1820.
A partir de esta fecha, la vida del abogado estuvo ligada estrechamente a los efervescentes movimientos políticos del país recién independizado. Cuando Iturbide subió al poder, se fundó la Sociedad Económica Mexicana de Amigos del País, donde participó Quintana Roo. Se pensó también que podría ser un buen elemento para formar parte de los consejeros del Emperador, pero fue designado subsecretario de Relaciones Exteriores e Interiores, gracias al apoyo del clérigo José Manuel de Herrera, ex representante en el Congreso de Chilpancingo; sin embargo, en los primeros meses de 1823 fue destituido del cargo, por lo que reaccionó de manera beligerante contra las nuevas corrientes políticas. Incluso se le llegó a considerar antirreligioso. Ese mismo año, tras la abdicación de Iturbide, participó como magistrado en la Suprema Corte de Justicia. Es de reconocerse que en 1826 fue nombrado vicepresidente del recién fundado Instituto de Ciencias, Literatura y Artes, cuyo presidente era Lucas Alamán. Esta institución tenía la función de reunir a la intelectualidad de México como parte del proyecto de consolidación nacional, bajo un espíritu ilustrado.
La actividad política de Quintana no se detuvo: en 1827 fue diputado por el Estado de México y presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores, lo que le posibilitó pedir a la Cámara de Diputados el cese del tratado de límites con Estados Unidos y tomó la decisión de no devolver a sus amos estadounidenses a los esclavos negros fugitivos que regresaran en territorio mexicano. Para 1833 Quintana Roo era gobernante de Yucatán y una figura pública muy connotada. Ese año se lanzó contra el conservador Ignacio Bustamante en el periódico El Federalista y como consecuencia se le consideró enemigo del gobierno, lo que derivó en una nueva persecución. Gracias a su prestigio en el ámbito político, Antonio López de Santa Anna lo designó Ministro de Justicia y de Negocios Eclesiásticos. En ese puesto, mandó prohibir la propaganda política en las iglesias, además de suprimir las canonjías y otros privilegios eclesiásticos. Ante la protesta de los clérigos, Santa Anna suspendió esas disposiciones y Quintana Roo renunció al puesto. Más adelante fue comisionado para contrarrestar el separatismo de Yucatán.
Si bien Quintana Roo es recordado como un héroe nacional por haber participado desde el inicio y sobrevivido a los diversos conflictos bélicos independentistas que azotaron al país entre 1810 y 1821, para los años treinta era también reconocido como poeta. No sabemos con precisión cuántos textos líricos haya escrito, lo cierto es que se conservan apenas siete composiciones, casi todas poesías patrióticas o religiosas. Seguramente sus contemporáneos tuvieron la oportunidad de disfrutar sus dotes de orador y poeta en textos que no llegaron a nosotros; esto explicaría por qué Guillermo Prieto en sus Memorias y José María Heredia en el prólogo a La lira mexicana lo describieron como uno de los grandes autores de la primera mitad del siglo.
Quintana Roo mantuvo estrechas relaciones con los intelectuales y escritores de su época. Además de la Sociedad de Amigos del País y del Instituto Nacional, se sabe que participó en el salón literario del Conde de la Cortina (1832), al lado de José Joaquín Pesado, José Bernardo Couto, Joaquín García Icazbalceta, entre otros. También formó parte de la Academia Mexicana de la Lengua (fundada, sin éxito, en 1835, en su primer intento) y de la Academia de Letrán (1836-1856). Varios autores han coincidido en darle cierto valor a la descripción que Guillermo Prieto hace de Quintana Roo al incorporarse a esta Academia: “Era penoso el andar del anciano; su cuerpo notablemente inclinado. Tez morena, ojos negros muy expresivos y brillantes, y una frente verdaderamente olímpica y llena de majestad”. El detalle extraño es la insistencia de presentarlo como un anciano en decadencia, cuando, en realidad, Quintana tenía poco más de 40 años. Saltando esa representación literaria, lo importante es que, desde ese momento, fue nombrado presidente vitalicio por los jóvenes de Letrán.
Asimismo, colaboró activamente también en la Sociedad Patriótica (1839), que tenía la intención de defender a México de la invasión francesa; en los años de 1840 y 1841 participó como redactor del periódico literario El Ateneo Mexicano, y mantuvo contacto, más tarde, con varios miembros del Liceo Hidalgo, quienes lo consideraron siempre una autoridad literaria y moral. En 1842 falleció Leona Vicario, cómplice y compañera insuperable. Al parecer, tras la viudez, la salud de Quintana comenzó a flaquear hasta que murió, por causas naturales. Sus restos pasaron del Santuario de Nuestra Señora de los Ángeles a la Rotonda de los Hombres Ilustres (hoy de las Personas Ilustres) a un lado de las cenizas de su esposa, y en 1925 fueron exhumados para llevarse a la Columna de la Independencia. En 2010 se trasladaron al Museo Nacional de Historia.
Llama la atención que, a pesar de haber sido una figura política y literaria tan importante, son escasos y poco documentados los estudios que se han publicado sobre su vida y obra, aunque en las últimas décadas parece estar resurgiendo el interés en su faceta literaria, prácticamente reducida a textos cívios-patrióticos y versiones castellanas de algunos salmos.
Quintana Roo fue visto por sus contemporáneos como un positivo ejemplo de la conjunción de talento literario con el compromiso patriótico. Su relación amorosa con Leona Vicario también fue considerada ejemplar. Sin embargo, estas condiciones biográficas rápidamente se volvieron un lugar común que limitó la percepción crítica de su obra. De los pocos poemas que escribió, los textos religiosos no han recibido atención, quizá por considerarse ejercicios literarios y no manifestaciones de un espíritu nacionalista, como sus poemas patrióticos, en particular, el poema “Diez y seis de septiembre”, obra emblemática de gusto neoclásico, donde coloca a Agustín de Iturbide como el representante más digno de la insurgencia.
Baste como ejemplo la biografía de Francisco Sosa para entender que Quintana Roo fue un hombre dedicado principalmente a la política y muy respetado tanto por su participación en la Independencia como por sus distintos cargos, pero no se considera la escritura como una de sus principales actividades. Dice Sosa “Las producciones todas de Quintana Roo le colocan en primer término entre los más inspirados y clásicos autores”, pero no profundiza más. A pesar de las valoraciones críticas de Luis G. Urbina sobre los valores estéticos y la erudición que se encuentra en la prosa de Quintana Roo, faltan estudios literarios sobre su prosa. Cabe aclarar que, en términos generales, los pocos poemas patrióticos que escribió fueron los únicos en merecer elogios desde que el poeta era joven, pues son composiciones que responden a la estética del momento y que, además, cuentan con un gran valor histórico como documentos testimoniales de un protagonista de la Independencia que ya se perfilaba como modelo de héroe-poeta romántico.
- A.Q.R.