Las dos obras de teatro que están en sus manos trazan con ritmo imponente las vicisitudes im/potentes de personajes que, por un lado, no podrían estar más que atrapados (por no decir "cogidos") en la mira de un público local que distingue, celebra, vive y se asusta ante su desnuda mexicanidad, y que, por otro, podrían encontrarse en cualquier metrópoli del mundo donde el poder y el dinero corrompen legal o ilegalmente el pacto social.
En El narco negocia con Dios se encuentra una ficción de la moral que es más ambigua que una simple trinidad (intelectual, narcotraficante, evangélica); mientras que en Testosterona se percibe la moral de la ficción (si el propósito es enseñar hay que hacerlo deleitando). En ambos casos las sorpresas y el énfasis en diálogo inteligente y vertiginoso hacen que la ficción no sea moralizante, un pecado que nunca ha tolerado Berman.
Stuart A. Day