En el gran movimiento de renovación del teatro en México que se inicia con una nueva lectura drmática de los clásicos -Poesía en voz alta (década de 1950)-, una de las figuras más consistentes y admirables es la de Héctor Mendoza. Frente a un teatro mediocre, reacio a la experimentación, con técnicas de actuación esclerosadas e intereses comerciales, Mendoza ha reaccionado siempre con imaginación, rigor y arrojo. Director, dramaturgo (recuérdese entre otras obras Las cosas simples) y maestro (de los más importantes actores y directores del teatro actual surgieron en sus aulas), Héctor no se ha conformado nunca con los éxitos obtenidos (Don Gil de las calzas verdes, In memoriam, para sólo mencionar unos cuantos), y exponiéndose a los fracasos ha replanteado, en cada una de la obras que monta o escribe, el papel que juega el teatro en la actualidad. A un medio violentado por la comercialización y la telenovela, Héctor ha opuesto un teatro reflexivo y experimental que indaga en torno de la movediza consistencia de la realidad escénica y cuestiona perpetuamente los postulados del arte que ha elegido para expresarse. Margo Glantz