Sencillez, juego, pasiones convertidas en mecanismo, convenciones inéditas donde la farsa retrata los sueños vanos que nos permiten sobrevivir en el mundo de los posible, el teatro como plática y ejercicio de inteligencia, el humor como arma de libertad y desacralización, la mitología transformada, minotauros que parecieran cantar aquello de "había una vez un lobito bueno al que molestaban todos los corderos"...Todo esto habita el teatro de Hiriart, un arte flexible, abierto, ajeno a las afirmaciones que hinchan de tinta los encabezados propios de predicadores y políticos. Su obra contiene más preguntas que respuestas, da la impresión de tomarse tan en serio que ríe de sí misma con la gravedad de los cielos donde sólo llega la ligereza de los ángeles. En este escenario, a fin de cuentas, reaparece la cajita de sorpresas que una y otra vez abrimos en la infancia. David Olguín