La poesía mexicana sigue el paso pausado, sin rupturas abruptas, que definieran primero Pedro Henríquez Ureña y luego Octavio Paz. Hay en las márgenes del camino algunos escenarios estridentes importantes, pero el discurso mayor no se detiene y crece despacio, fiel a los mayores. Al leer esta excelente poesía de Aguilera se nos despiertan en la memoria poemas y poetas de generaciones anteriores y no requerimos eslabones para unir aquélla y éstos. Y, sin embargo, es, como dice José Emilio Pacheco en sus cálidos versos prologales, "poesía de aquí y de ahora" en la que se dice "lo que quisiéramos decir".
Hay esta poesía una especie de júbilo vital tranquilo ("sobrecogido y entusiasta"), de goce de los sentidos y de la palabra, de exaltación del viaje y de la vivencia nostálgica de lugares y de amores lejanos y distintos (pinturas, labios, músicas, miaradas, cementerios, mercados, adioses), pero también de la contemplación absorta y melancólica: interioridad y exterioridad, lo decible y lo indecible, la pasión y la inteligencia. Contradicción angustiosa bajo la advocación de Passolini: "amo este mundo que detesto".
A pesar de dolerse el poeta de la soledad del ser solo, soltero y solitario, nace de esta autobiografía del cuerpo y del alma una ansiedad de salvar un tiempo humano del tiempo corrupto, y alcanzar la comunidad inmanente de los justos.
Poesía erótica honda, serena, rica en su despliegue sensual, perfecta en su factura, sensible sin delirio, intensa sin espamos. La metáfora no es llevada al verso, artificial y pura, sino que parece nacer, natural, de lo que se dice. Pocos poetas alcanzan hoy en México la tersura firme de estos versos, su fluidez y su transparencia auténtica.
Gaspar Aguilera Díaz (Chihuahua, 1947), profesor, periodista, poeta, ha publicado anteriormente una decena de libros de poesía. Poemas suyos han sido traducidos a distintas lenguas: francés, polaco, ruso, checo, inglés, alemán... Actualmente es integrante del Sistema Nacional de Creadores de Arte.