La red de leyes sociales, convenciones y prejuicios, la armazón rígida de las leyes religiosas, las circunstancias económicas: en esa maraña se desenvuelven las pasiones de los humanos sin chocar necesariamente con los obstáculos.
En El Gran Parque se desarrolla una pasión que choca con todo, también con el propio ser de los que componen esta pareja poco usual: una novia fugitiva del altar y un gallardo cura católico. El impulso amoroso es contracorriente, claro, pero incluso contra las convicciones íntimas de los amantes, contra sus más profundas fidelidades y principios.
Quizá pensando en Paolo y Francesca, Octavio Paz dijo que el amor era la libre elección de un vértigo; así en El Gran Parque: tan arrebatada y brillante como una sonata del padre Soler. Usa un lenguaje bello, que no necesita concesiones al coloquialismo porque la época (siglo XVIII) le otorga toda la libertad para su poesía. Que es poesía dramática, intensa y sentida.
La historia de los Borda y el famoso parque de Cuernavaca está detrás de la trama. Luisa Josefina Hernández prefirió su libertad creativa, así la obra no es "histórica" pero conserva la fidelidad esencial a sus fuentes.
Ese violento amor de un cura, que secuestra a una novia camino al altar (que le ayuda a fugarse, puede también leerse), ya no resulta tan excepcional el día de hoy: cosas más graves difunde la prensa en torno a la Iglesia católica.
El Gran Parque abre un juego de cinco obras, donde el centro de acción son sendos parques de la República. Textos dramáticos exigentes, que piden mucho a sus actores y directores: cratividad, intelitgencia, oficio.
Emilio Carballido