2015 / 05 dic 2017
Dentro del corpus ensayístico y cronístico de Carlos Monsiváis, Nuevo catecismo para indios remisos destaca por ser su única obra de ficción narrativa. Los cuentos que la conforman se pensaron originalmente como acompañamientos de las versiones de los grabados novohispanos que realizó el pintor oaxaqueño Francisco Toledo y que se incluyen al interior del libro. De hecho podrían definirse como emblemas, dada su estrecha relación con las imágenes o fábulas que abrevan de la hagiografía y la narración de milagros, pues los relatos, en su intensión humorística y paródica, atraviesan temas como la Virgen de Guadalupe o la celebración de la eucaristía. Casi la mitad de los más de cincuenta relatos se ubican en la época novohispana, y la otra mitad en distintos tiempos históricos. Sin embargo es fácil confundir los tiempos y muchas veces los espacios en que se desarrollan.
Nuevo catecismo para indios remisos fue publicado por primera vez en 1982, bajo el sello de Siglo xxi. En 1992 se publicó una segunda edición en la colección Lecturas Mexicanas del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y para 1996, la editorial Era publicó una edición revisada que incluye ocho grabados del artista Francisco Toledo, de la cual se editó una segunda reimpresión en 2001. En Febrero del 2007 el Fondo de Cultura Económica y la Fundación para las Letras Mexicanas publicaron una traducción al inglés.
Monsiváis creció en una familia metodista y su conocimiento de la tradición judeocristiana era considerable. Tanto así que podía recitar pasajes completos de memoria. Entre los principales antecedentes del Nuevo catecismo para indios remisos, Adolfo Castañón menciona, además de la Biblia, el Catecismo de Jerónimo de Ripalda, el Manual de Carreño y la alegoría clásica The Pilgrim’s Progress. Monsiváis subvierte los recursos de estas tradiciones que le sirven de base, como dice Raquel Serur, para practicar el uso de la retórica y reflexionar sobre la identidad mexicana, la religión y su importancia en el contexto socio-político. Otro estudio importante para comprender esta actitud es el de Carlos Martínez García La Biblia y la iconografía heterodoxa de Carlos Monsiváis.[1]
Resulta difícil encasillar la obra de Monsiváis dentro de una estética o una escuela, incluso ubicar el Nuevo catecismo para indios remisos como parte de una tradición. Pero quizás sí podríamos hablar de una tendencia humorística e irónica que conforman autores como Salvador Novo, Fernando Benítez, Augusto Monterroso o Jorge Ibargüengoitia, en la cual toma parte el Nuevo Catecismo para indios remisos.
Monsiváis comenzó a escribir a mediados de los cincuenta, cuando la Generación de medio siglo, que él mismo describió y estudió, se encontraba en plena actividad. Para cuando se publica el Nuevo catecismo para indios remisos, varios escritores mexicanos, como Poniatowska y Juan Villoro, estaban experimentando con géneros literarios como la novela, el cuento y la crónica periodística. En 1971 Poniatowska ya había publicado La noche de Tlatelolco, que juega con las posibilidades del periodismo literario, así como con los límites entre ficción la realidad. La carrera de Monsiváis ya se había consolidado principalmente en el género del ensayo y la crónica. La aparición del volumen sorprendió no sólo por ser un libro de ficción narrativa de Monsiváis, sino también por ser de tema religioso, pues él siempre se declaró ateo. Su intención era glosar la lógica de las supersticiones en el México católico: “Me propuse atender ese mundo no tan marginal, pero nunca central, de las creencias católicas en México y examinarlas a la luz de la sátira”.[2]
El Nuevo Catecismo a la luz de la posmodernidad
El Nuevo catecismo para indios remisos se inscribe en una estética de la posmodernidad que es parte, como lo apunta Jean-François Lyotard, de una condición general que “designa el estado de la cultura después de las transformaciones que han afectado a las reglas de juego de la ciencia, de la literatura y de las artes a partir del siglo xx”.[3] Es decir, una forma de percibir la cultura que utiliza herramientas formales o retóricas para evidenciar un mundo fragmentado y descentralizar ciertas ideas hegemónicas. La posmodernidad ha usado la ironía como un arma de contraataque ante los discursos afirmativos de la política y la religión. Un buen ejemplo del uso de la ironía volcada a las contradicciones de un mundo en globalización y en donde rige el mercado es el relato “Parábola de la virgen provinciana y la virgen cosmopolita”. En él, la virgen cosmopolita se burla de lo poco globalizada que es la virgen provinciana: “¿Y tú en cuántos idiomas te comunicas con los ángeles?”,[4] le pregunta, pero al poco tiempo la parte un rayo, como castigo por su burla.
El tema religioso es el blanco principal de la ironía de Monsiváis. Como lo hace notar Arturo Dávila se trata
de ficciones que se valen de un cierto alrevesamiento del discurso oficial, y que funcionan sobreponiendo al dogma religioso otra fabulación todavía más increíble, situada en un plano satírico, que intentan volver comprensible lo incomprensible.[5]
Un buen ejemplo podría ser “Del refrán que fue piedra de tropiezo de la fe”, en el que Ubicuo es el santo menos reverenciado precisamente por ser el más milagroso: “no se le rezaba para respetar su tiempo, y nadie se puso bajo su advocación porque, de cualquier modo, todos confiaban en encontrárselo esa misma tarde”.[6] Así, mediante la ironía, que pone al mundo de cabeza, Monsiváis denuncia las contradicciones de las cuales son presa los supersticiosos mexicanos.
Otro elemento del cual la posmodernidad a menudo echa mano es la parodia. La parodia se define, según Linda Hutcheon, como un homenaje con distancia crítica.[7] En el caso del Nuevo catecismo para indios remisos, se expresa en varios niveles y con un énfasis en el sentido del humor, lindando por momentos con la sátira. Hay ciertos relatos que parodian directamente las narraciones de milagros, como “El milagro olvidado” que termina con la Doctrina falsa tergiversando las enseñanzas del catecismo: “Agazapada en el Catecismo, la Doctrina falsa, tan asombrosamente semejante a la original, siguió infiltrándose en los corazones y origina la ola de impiedad que hoy nos devora”.[8]
Algunos relatos más parodian la hagiografía, como el titulado “Estado de gracia”. Y algunos más las estructuras, personajes y finalidad de las fábulas y las parábolas, como el cuento que se llama “La vaca sagrada y la vaca mentirosa”. Monsiváis procede imitando el lenguaje y las formas de éstas, y luego genera inversiones lógicas que causan el humor.
El pastiche[9] es una herramienta típica de la posmodernidad. Es decir, la sobreposición de elementos contrastantes de distintos géneros que forman una especie de collage diverso, produciendo un efecto de carnaval y de lo grotesco. Las citas apelan a distintos discursos, que van desde el psicoanálisis hasta la música popular. Es decir, hay una fuerte carga intertextual y metahistoriográfica. Un buen ejemplo de este uso podría ser “En la punta de un alfiler”, que utiliza la imaginería barroca junto con el recurso posmoderno del pastiche. Cuenta la historia de un hombre que tallaba ángeles infinitos en la punta de un alfiler y que, aparentemente, está ubicada en la Colonia, aunque de pronto parece irrumpir la época contemporánea: “El fenómeno que rodeaba al fenómeno resultó noticia de nuevo. Miles de periodistas y de fotógrafos se abalanzaron al edificio e hicieron guardia en el deprimido vestíbulo frente a la habitación de Bernardo. Previsiblemente, hubo lugar”.[10]
A menudo la posmodernidad cuestiona también las nociones de “realidad” y “ficción”. En el Nuevo catecismo para indios remisos, muchas de las historias podrían describirse como maravillosas, retomando la concepción de lo sobrenatural que aparece en ciertos géneros como la fábula o las narraciones de milagros. Como sucede en “El perseguidor que se convirtió en precursor”.[11] la magia y los milagros no se cuestionan, lo sobrenatural se acepta, la mulata escapa en un navío que surge del dibujo en una celda y nadie se pregunta por la veracidad del hecho. Aquí, como en otras muchas historias, Monsiváis aprovecha la trama para ironizar: la trama es un medio para su argumento.
La ironía y la parodia se logran en gran medida gracias al manejo del lenguaje de Monsiváis. En palabras de Carmen Galindo: “Camaleoniza una lengua perdida y por lo tanto imaginada: la colonial; finge la iracunda habla de los cristeros; hace sarcasmos con estilo bíblico”.[12] Es característico de Monsiváis el uso de este tono que Jean Franco llama “socarrón”, propio del que se burla disimuladamente.[13] En este caso, lo particular es que Monsiváis, ventrílocuo al estilo de James Joyce, logra imitar un número importante de voces y de tonos de épocas distintas, desde el registro oficial en la época colonial en “Baños de pureza”: “Troco pues la feliz condición de amigo por la de recolector de testimonios sobre una existencia maravillosa pródiga en hazañas de la fe”;[14] hasta la voz de un monje asediado por imágenes anacrónicas del psicoanálisis en “El monje que tenía presentimientos freudianos”:
Desde la hoguera te celebro, Señor, porque el hedor de mi propia carne y los rezos hipócritas de mis antiguos compañeros de la orden y los rostros alborotados de la plebe y el dolor de los pocos que me quisieron, no alcanzan a enturbiar mi propia dicha.[15]
Imita al santurrón del pueblo o al inquisidor sin perder en ningún momento su sello particular, erudito, barroco y pulido. Como lo describe de nuevo Galindo: “no abandona ninguna frase a su suerte, pues todas tienen dos pretensiones: deslumbrar y ser originales, nunca antes dichas”.[16] Como esta, que tiene forma de aforismo: “De la abundancia del corazón habla la boca.”
Estas distintas voces que imita Monsiváis derivan a su vez en diferentes narradores. Las voces narrativas en el Nuevo catecismo para indios remisos son muy diversas: hay narradores en primera persona, como el de “Por qué no ascendí a la cumbre de la montaña” que resultan muchas veces en monólogos. Así lo vemos en el relato recién mencionado que comienza en tono confesional: “El recuerdo de lo que pude haber sido me oprime, y me lleva a contarlo todo, sin ennoblecerme ni calumniarme”.[17] Muchas otras historias están en tercera persona, como la de “El rezo desobediente” donde aparece el discurso indirecto libre: “Al reanudar la plegaria la sensación fue más precisa, su lenguaje se distanciaba de él, le era hostil o indiferente, no respetaba sus intenciones”.[18] En los textos que se acercan más a la fábula, encontramos narradores omniscientes que se apropian de recursos como la moraleja. En “Fábula donde nada es relativo excepto lo absoluto”, la moraleja bien podría ser: “Es verdad. Todo es relativo. Vamos a buscar otra actividad”.[19] Algo similar sucede en el emparentamiento de los personajes, que se vinculan con aquellos de los géneros que parodian. Así, en “El Chivo Expiatorio hubiera querido ser cualquier otra cosa”, y en muchos otros relatos, se personifican entes abstractos que se vuelven protagonistas de cuentos con desenlaces cómicos:
Hicieron a un lado la risible formulita: “Todos somos culpables” y, arguyendo que lo moderno y justo era respetar las tradiciones y la identidad de cada especie, devolvieron al Chivo Expiatorio a su oficio inmemorial, no por descargar en alguien el pago de todas las faltas, sino porque, viéndolo bien, cada quien sirve para una sola cosa en la vida.[20]
Todas las voces, aunque utilizan un lenguaje elocuente, se enfocan en la anécdota o la trama sin detenerse en descripciones demasiado largas. Esto propicia que los espacios permanezcan ambiguos. Al no estar propiamente delimitados, terminan por quedar en una dimensión espacial indeterminada. Esto coincide con otro elemento estilístico del Nuevo catecismo para indios remisos, el manejo del tiempo, en el cuál se mezclan la contemporaneidad y otras épocas históricas, en especial la colonial, a veces coincidiendo ambas en un mismo cuento, como en “El monje que tenía presentimientos freudianos”, y a veces traslapándose de forma en que no se distingue la una de la otra. Un ejemplo es la “Parábola de la virgen provinciana y la virgen cosmopolita”:
Una virgen provinciana viajó a la gran ciudad a despedirse de su proveedor anual de obras pías que creía tener una leve enfermedad. Mientras lo buscaba, una virgen cosmopolita se desconcertó ante su aspecto conventual y misericordioso.[21]
El empleo del tiempo y el espacio, además de otros elementos como la condensación de recursos formales, coinciden con una de las principales apropiaciones de estos cuentos: Borges. Varios críticos señalan la importancia de las lecturas de Borges en los relatos del Nuevo catecismo para indios remisos. Jean Franco, por ejemplo, dice que “Monsiváis comparte con Borges la fascinación por enredos filosóficos y teológicos”.[22] Ambos, continúa, coinciden en ciertos temas, el gusto por la ciencia y las especulaciones externas. Carmen Galindo, por su parte, distingue que “mientras en el argentino el problema del tiempo y la teología se resuelven con una puesta en escena de una aporía de los presocráticos o, en general de la filosofía idealista, en Monsiváis desemboca invariablemente en el humor”.[23] Por ejemplo, en “El Gran hombre y su Amanuense”, el final sorprende nuestras expectativas, vinculando la teología con los placeres carnales y materiales:
Pasaron los años, murió el Cardenal, y apenas concluidas las fastuosas exequias y el duelo enaltecido, apareció el libro del Amanuense, Las confesiones secretas de un purpurado, relato típicamente licencioso cuyo éxito le permitió a su autor hacerse una casa en la playa, lo que quizás lo compensó por la pérdida de las primicias de la inmortalidad aforística.[24]
Como también lo solía hacer Borges, entre los relatos del Nuevo catecismo para indios remisos, muchos recurren a la autoreferencialidad. Por ejemplo, en el relato “Del refrán que fue piedra de tropiezo de la Fe”, encontramos un personaje similar a Monsiváis en muchos aspectos que declama lo que Mayra Luna dice ser su propio manifiesto:
Presa como estaba de la obsesión por la cultura popular, que le hacía descubrir esencias del músico ambulante o garabatos de aficionado […]Él fue feliz comparando las variedades de la experiencia musical, describiendo las alzas y las bajas de las creencias, cronicando, exaltando a las celebridades del momento […] Él, sobre todo, se extasió en la glosa del refranero…[25]
“En cuanto al Nuevo Catecismo, entre los pocos que lo vieron la primera vez, el libro hasta cierto punto desconcertó y hubo críticas fulminantes. Ahora no sé, es un libro que me interesa pero si alcanza a un público no será por la vía del best seller”, responde Monsiváis a Elena Poniatowska en una entrevista aparecida en poco más de diez años después de su publicación.[26] No queda claro por qué Monsiváis predice que el texto no logrará el estatus de best seller, si porque no cree que el texto tenga lo necesario para hacerlo, porque no fue un texto concebido para las masas, o si la respuesta es más bien, como es su costumbre, irónica. Linda Egan, por su parte, concuerda con que la crítica no ha puesto suficiente atención a la obra de Monsiváis: “Se le sigue citando más en ensayos sobre otros escritores que como objeto él mismo de un análisis literario autónomo”.[27] Autores como Raquel Serur y Adolfo Castañón proponen, por consiguiente, que en este siglo se haga una relectura del Nuevo Catecismo. Si quizás en su momento no obtuvo una clara respuesta, es posible que décadas después, el Catecismo hable con más fuerza, como leemos en esta cita de Castañón:
Paralela y paradójicamente, cabe señalar que si el NCIR era un texto de difícil lectura a la hora de su publicación en 1983, cuatro lustros después (y a medio-derrumbar los templos y jerarquías litúrgico-tricolores), luego pues, de que el PRI perdiera el poder después de 71 años) se han ampliado sus condiciones de legibilidad.[28]
Como lo anota Arturo Dávila el Nuevo Catecismo... nos enseñó que se puede desarticular el discurso hegemónico “por medio del humor, de la ficción exagerada y de la especulación sobre la misma especulación”,[29] valores que pueden resultar atractivos para un lector contemporáneo. El paso del tiempo puede hacernos revalorar el Nuevo Catecismo... Tal vez porque aún los cuentos no aparecen en estudios panorámicos recientes. Quizás apenas ahora podamos justipreciar no sólo el virtuosismo que muestra Monsiváis en su uso de la retórica y el conocimiento erudito que despliega en la cantidad de referencias y en su entendimiento de los géneros, sino también el extraordinario sentido del humor que vuelve a estos cuentos atractivos, a pesar –o gracias a– su densidad semántica.
Castañón, Adolfo, “Carlos Monsiváis: una experiencia estética de la dialéctica de la secularización”, en Raquel Serur (coord.), La excentricidad del texto, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 2010, pp. 31-41.
Dávila, Arturo, “Nuevo Catecismo para indios remisos o las trampas de la Reverenda Fe”, en Mabel Moraña e Ignacio Sánchez Prado (eds.), El arte de la ironía: Carlos Monsiváis ante la crítica, México, D. F., Era/ Universidad Nacional Autónoma de México, 2007.
Egan, Linda, Carlos Monsiváis, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 2004.
Franco, Jean, “Monsiváis: Gracias a Dios, soy ateo”, en Raquel Serur (coord.), La excentricidad del texto, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 2010, pp. 41-51.
Galindo, Carmen, “Carlos Monsiváis: el barroco irreverente”, en Raquel Serur (coord.), La excentricidad del texto, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 2010, pp. 67-77.
Hutcheon, Linda, "La política de la parodia postmoderna", en Criterios (La Habana), ed. especial de homenaje a Bajtín, julio 1993, pp. 187-203.
Lyotard, Jean-Francois, La condición posmoderna, trad. de Mario Antolín Rato, Madrid, Cátedra, 1987.
Martínez Garcia, Carlos, La Biblia y la iconología heterodoxa de Carlos Monsiváis, México, D. F., Editorial CUPSA, 2010.
Monsiváis, Carlos, Nuevo Catecismo para indios remisos, México, D. F., Era, 2007.
Poniatowska, Elena, “Los pecados de Carlos Monsiváis”, en Raquel Serur (coord.), La excentricidad del texto, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 2010, pp. 185-197.
Poot Herrera, Sara, “‘A petición del público’: Carlos Monsiváis y el cuento mexicano”, en Raquel Serur (coord.), La excentricidad del texto, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 2010, pp. 165-183.
Karam Cárdenas, Tanius, "Notas sobre la ironía en la obra de Carlos Monsiváis".
Monsiváis, Carlos, "Notas sobre el Estado, la cultura nacional y las culturas populares en México", Cuadernos Políticos, número 30, octubre-diciembre, 1981, pp. 33-52.
----, [Publicaciones de] "Monsiváis", Letras libres, (consultado el 5 de diciembre de 2017)
----, "Descarga Cultura", Universidad Nacional Autónoma de México, (consultado el 5 de diciembre de 2017)
En el Nuevo catecismo para indios remisos —que muchos queda, Señor, y aún se agitan— Carlos Monsiváis ha suspendido el sueño crónico que ha animado la mayor parte de su obra (Días de guardar, Amor perdido, A ustedes les consta) para armar una serie de fábulas, historias y decires con su necesaria y leve —cual debe— astillita mora, rumbo a este libro dueño de la virtud fundamental que puede exigírsele a cualquier aventurado en el género: tocar un motivo difícil y esquivo, hasta donde no llegan ni otros tratamientos literarios ni la red de la sociología, y devolverlo iluminado a los lectores, valioso de brevedad y “casi resuelto”, es decir, en el casi donde se posibilita toda emoción literaria. Si según John Updike el fabulista James Thurber había tenido la envidiable capacidad de enfrentarse a la desesperación cotidiana y devolverla redimida mediante el humor apto para liberar y decidir el descargo, puede decirse que el Nuevo catecismo para indios remisos —o varios ligados a ese mismo tronco: el atavismo religioso, el poder eclesiástico, las intermitencias del paganismo, las zonas donde la virtud beatífica se confunde con la blasfemia y el milagro se vuelve un género de la cultura popular—, y que, con los motivos y personajes que cruzan estas fábulas, desde el invocador de Tezcatlipoca en el martirio inquisitorial al caso de la virgen provinciana y la cosmopolita, desde el monje que inventó una máquina para extirpar deseos obscenos hasta el otro que tenía presentimientos freudianos, Carlos Monsiváis ha visitado una tierra espinosa y ha traído de regreso este conjunto de “textos hagiográficos”.
Vino el fin de siglo como una tempestad tan pregonada que nadie ocultó su tristeza por haber sido todos, así fuera por unos cuantos años, de condición vigésima, algo más antiguo que lo decimonónico, ferozmente anacrónico como todo lo reciente. Y mientras, para contrariar a la inversión térmica, se oscurecía la noche y se aclaraba el día, las plagas mudaron de nombre (país inviable, rating bajísimo), y no hubo quien no trajera su catálogo de presagios en la mano o en la imaginación, interrogando judicialmente a los astros, extrayendo profecías catastrofistas de las parábolas misericordiosas, alertando contra el control de la natalidad que nos podría hacer menos, segundos antes del diluvio de seres que ahogarían el agua y enterrarían a la tierra. Y en aquellos días Ediciones Era, aún creyente en la especie en extinción (no los libros sino los lectores), seguía publicando y por motivos que sólo el Gran Controlador del Universo conoce, añadió a su catálogo un rosario de textos del virreinato light, intitulado pedagógicamente Nuevo Catecismo para Indios Remisos, ya publicado antes pero susceptible de mejoras o de empeoramientos, que de todo hay en las viñas de la corrección. Al Nuevo Catecismo lo enriqueció considerablemente la inclusión de quince grabados de Francisco Toledo, nueve de ellos creados para la edición original, hoy pasto de coleccionistas. Y el autor o perpetrador, Carlos Monsiváis, lego a quien el Averno otorgue el doctorado, al cabo de amistosos lances inquisitoriales, confesó su designio: ofrecerle a los virreyes y a los oidores y a los milagros ignorados (¡Aparecidos presentación!) y a los hablantes de idiomas sólo comprensibles a quienes los sabían previamente, un tour por los callejones del porvenir, o como se le diga a ese pasado que se alarga a la fuerza. Y Ediciones Era ordenó “¡Imprímase!”, y el Nuevo Catecismo para Indios Remisos y sus quince láminas y cincuenta fábulas volvieron a la vida bibliográfica, con sus absoluciones al mayoreo y su dispensa de trámites hagiográficos para aquellos que, en el caso de este o de cualquier otro libro, cometan el horrendo pecado de acercarse sin la intermediación de un video-tape. Y que el siglo XXI nos perdone a todos, lectores y televidentes por igual.
Y en aquellos días, Ediciones Era, aún confiada en la especie en extinción (no los libros sino los lectores) seguía publicando y por motivos que sólo conoce el Gran Controlador del Universo, añadió a su catálogo un rosario de textos del virreinato light, intitulado pedagógicamente Nuevo Catecismo para Indios Remisos, ya publicado antes pero susceptible de mejoras o de empeoramientos, que de todo hay en las viñas de la corrección. Y en el Nuevo Catecismo, a modo de indulgencias, se incluyen los grabados de Francisco Toledo, hoy pasto de coleccionistas. Y el autor o perpetrador Carlos Monsiváis, lego a quien el Averno otorgue el doctorado, confiesa a su designio: a los virreyes y los oidores y los milagros ignorados (¡Aparecidos, presentación!) y los catecismos de idiomas sólo comprensibles a quienes los sabían previamente, ofrecerles un tour por los callejones del porvenir, o como se le diga a ese pasado que se alarga a la fuerza. Y Ediciones Era ordenó “¡Imprímase!”, y el Nuevo Catecismo para Indios Remisos y sus grabados y cincuenta fábulas llegan a la vida bibliográfica, con sus absoluciones al mayoreo y su dispensa de trámites hagiográficos para aquellos, que, en el caso de este o cualquier otro libro, cometan el horrendo pecado de acercarse sin la intermediación de la tecnología digital. Y que el siglo XXI nos perdone a todos, lectores y televidentes por igual.