Delirio, meditación, cascada, océano; el trabajo poético de David Huerta alcanza en Incurable –poema precioso sin preciosismos, poema llano que no desdeña la extravagante orfebrería de lo hermético ni la violencia revelatoria, poema inspirado que respira por la herida y por el verbo– una maestría admirable y conmovedora. Incurable es un momento clave en la poesía de nuestra lengua.
Un fuego insaciable de recuperación, dice en algún momento el poeta; un fuego insaciable de recuperación, una mezcla de meditación y averno, de desasosiego y triunfo, de lamento e himno; un pasmo de dolor –el amor perdido– y un pasmo de riqueza emocional y verbal: el poeta se enfrenta a las palabras, a los múltiples y profundos significados de las palabras, y transcribe el insaciable telegrama del Incurable: aquel que ahora lo entiende todo, aquel que arroja al vacío del amor toda la pasión y todo el fasto del lenguaje.
Hacía mucho tiempo que la poesía no nos daba un gran poema, e Incurable es un gran poema con creces: una extraordinaria lección de intimidad con la inspiración y de dominio sobre la forma. Delirio, meditación, cascada, océano; los tres lustros de trabajo poético de David Huerta alcanzan en Incurable –poema precioso sin preciosismos, poema llano que no desdeña la extravagante orfebrería de lo hermético ni la violencia revelatoria, poema inspirado que respira por la herida y por el verbo– una maestría admirable y conmovedora.
Incurable es un momento clave en la poesía de nuestra lengua.