La historia de la expoliación y el exterminio de la población indígena de Argentina en el siglo XIX tiene un reflejo patético en la literatura de ese país. Desde La cautiva, de Esteban Echeverría, hasta esta novela del destacado narrador argentino Néstor Ponce, pasando por el clásico del coronel Lucio Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles, aquel genocidio vive para siempre en decena de relatos conmovedores. Ponce, que ganó el Premio Internacional de Novela Siglo XXI en su tercera convocatoria, es seguramente, de una parte, el de escritura más brillante y trabajada, manifestación de un escritor poderoso, dueño de un estilo rico y consistente, heredero y negador a la vez del modernismo de otros tiempos; y de otra, una versión dura, crudelísima y sin concesiones de aquel feroz enfrentamiento que empezó empujando hacia el desierto a los indios más desvalidos pero más valientes del continente, y acabó deliberadamente con su aniquilamiento. La trama novelesca, desarrollada mediante una estructura sincopada en la que se cruzan tiempos y espacios, enlaza los destinos de dos personajes de excepción: un sacerdote misionero italiano en tierra de indios y un indio inquieto e inteligente al que de niño se escoge para cursar la carrera sacerdotal en un seminario romano. El reencuentro de estos dos caracteres en el trance bárbaro de la masacre es tan sólo el clímax de un escenario rico de personajes y de sucesos que se lee con creciente ansiedad.