Hace ya algún tiempo que, gracias a los esfuerzos del Instituto Nacional de Bellas Artes y de los organismos de los Estados, los escritores mexicanos “de provincia” empezaron hacerse oír en todo el país en un pie de igualdad con los que, en la capital de la República, gozaban de la cercanía de los medios difusores de cultura. Todavía queda por hacer en ese campo, pero aún más si pensamos en los escritores mexicanos (profesores, por ejemplo, en universidades europeas o estadounidenses) que residen en el extranjero y escriben en nuestra lengua. Tal es el caso de Eduardo Ramos-Izquierdo, doctor en letras por la Universidad de París y profesor de literatura hispanoamericana en aquella Universidad. Autor de dos libros de inteligente poesía intimista y de ensayos sobre Cortázar, Borges y Cernuda, colecciona también sus cuentos, en los que se manifiesta una pericia sorprendente para la intriga y para plasmar la vida parisiense de un intelectual mexicano, entreverando, con irónicas intertextualidades, las vivencias cotidianas y un sentido fantástico de su arbitrariedad; descubriendo lo trágico de ciertas circunstancias nimias, y el misterio, transmitido morosamente, de lo real casual y de su capacidad premonitoria. Todo ello en ese ámbito europeo, hecho, a veces, de refinadas celebraciones de cultura, pero también de conflictos burocráticos pequeños de los que surgen las contradicciones entre la realidad y el sueño. Y de viajes a la patria para establecer el lazo estricto con lo propio y la renovación de una capacidad imaginaria en la que los sentidos, siempre despiertos, penetran en la realidad extraña de las cosas con la plácida tensión de un voyeur.