Se dirige Gonzalo Gutiérrez en su autobiografía incompleta —pues a la fecha disfruta la vida plenamente— a “los pocos y poco probables lectores”. Está equivocado. Debe haber muchos lectores pues, para leer estas memorias, no es necesario ser defeño y haber sentido jalisiense muchos años, ni estudiante de la clase media o médico interesado en la enseñanza de la Medicina y el desarrollo de las instituciones de salud, o ser científico, universitario y servidor público por vocación; para disfrutar estas memorias basta amar a México. Por ello, el autor con todo derecho se erige como testigo y autor de nuestro tiempo. Al rememorar sus orígenes, su familia, sus maestros, colegas y amigos, nos convierte en partícipes de acontecimientos fundamentales en la historia del México contemporáneo, como el movimiento médico de 1965, el terremoto de 1985, o su participación en programas de salud pública trascendentales. Al narrarnos estos y muchos otros relatos vivenciales, Gonzalo Gutiérrez es por momentos cronista de la ciudad de México y crítico no solo de otros, sino de él mismo, desde la perspectiva de un médido humanista que ha tenido que convivir, sobrevivir y cuando fue posible, vencer la estulticia de funcionarios, líderes sindicales y políticos. Afortunadamente lo ha logrado, tanto desde el trabajo cotidiano, como desde las posiciones de mayor responsabilidad, sin claudicar sus valores fundamentales: trabajar ardua, responsable y honestamente sin importar que la trinchera sea la Secretaria de Salud, el imss o la unam. Se necesita valor y humor para hablar bien o mal de personajes de la vida nacional cuando han muerto, y mucho más si, como sucede en estas memorias, muchos todavía viven. El autor cuenta con ambas cualidades y, gracias a su perseverancia, hoy podemos reír y aprender de los testimonios narrados en Caminando entre ruinas. Memorias de un defeño. Pero sobre todo, Gonzalo Gutiérrez nos recuerda en tiempos en que la destrucción del paisaje urbano, de la naturaleza y de las propias instituciones es cotidiana, que no toda estupidez es vieja, ni toda sabiduría es nueva.
María G. Campos