Entre las "comedias soleadas" y las "comedias obscuras" de William Shakespeare (1564-1616), está Hamlet (1602), que es frontera en la escritura del dramaturgo inglés. Las coordenadas de esta "tragedia de venganza" se han vuelto lugares comunes de la cultura; piénsese si no en la desconcertada ira de Hamlet, en el desasosiego de Ofelia, en la confusa reina Gertrudis y la ambición de Claudio por obtener el reino y la mujer de su hermano. Espejo de la locura o del titubeo desmedido ante una obligación que abarca cumplimiento, Hamlet sigue siendo un personaje no definido. "En Hamlet, escribe Patán, Shakespeare ha creado al hombre renacentista cabal, que mediante la exploración de su entorno busca responder a las cuestiones que lo angustian."
Hamlet sigue siendo una obra cuyos planteamientos piden ser, sino asimilados, por lo menos considerados de acuerdo a las intenciones de su autor, en vez de verse convertida, cual reacción eruptiva de defensa, en la radiografía de una parcela individual de la patología humana. Curiosamente, el atrevimiento anacrónica del que Shakespeare hizo gala en esta tragedia presenta una contigüidad inquietante con algunas obras de arte que le son casi estrictamente contemporáneas.