Una de las generaciones de escritores jaliscienses más importantes del siglo XX, fue la que se reunió en torno a las revistas Bandera de Provincias (1929-1930) y Campo (1930-1931), donde destacó Alfonso Gutiérrez Hermosillo, el poeta, dramaturgo, ensayista y traductor que es —dentro de la poesía mexicana— un cometa que cruza el firmamento para iluminar la noche y desaparecer en el horizonte.
José Alfonso Gutiérrez Hermosillo y Valladares nació en Guadalajara en 1905 y murió en la Ciudad de México en 1935, cuando iba a cumplir los treinta años. Pocos autores pueden, en ráfaga, dejar una estela de unos cuantos libros y quedar suspendidos —por siempre— en la palabra poética.
En este volumen se reúne por primera vez su obra poética —desde sus poemas iniciales de 1924, hasta sus dos poemarios póstumos, Tratados de un bien difícil (1937) y Coro de presencias (1938), incluyendo Cauce (1931), además de aquellos poemas que permanecieron inéditos hasta 1966, año en que fueron publicados en la revista Etcétera— y paga la deuda que teníamos con uno de los poetas mexicanos más interesantes del siglo pasado; con una de las vocaciones poéticas más firmes de nuestra república literaria. «He vuelto a leer, al acaso —escribió José Gorostiza— poemas de Gutiérrez Hermosillo que me afianzan en la convicción de que no ha muerto».
Así nosotros podemos decirle al poeta, tomando prestadas estas líneas de su «Carta a un amigo difunto»: «Hoy me miro decir con voz y gritos/ que eras aún reciente para el mundo, / que aún estás vivo, muerto...