Partir hacia ninguna parte... con tal que ninguna parte nos lleve a todos lados. Sergio Pitol, en este libro de ensayos, crónicas, relatos, diarios, memorias, se fuga de las ataduras del sedentarismo y el nomadismo, y emprende la travesía donde las ideas son formas de vida y reminiscencias, las admiraciones son nostalgias y premoniciones, y las amistades son, entre otras cosas, un pacto de festejo común de la excentricidad. Viaje a través de lecturas -de Antonio Tabucchi a la familia Burrón a Faulkner a Thomas Mann-, de ciudades, de películas, de cuadros y grabados, de recuerdos dolorosos, de hipnosis y de sueños, El arte de la fuga alía densidad cultural y vigor autobiográfico (mi relación con la literatura, que ha sido visceral, excesiva y aun salvaje) que se integran en un paisaje, clásico, desolado, irónico, paródico, animadísimo. Pitol, traductor excepcional, establece vínculos entre los mundos del desasosiego y las heridas cauterizadas y los de la revisión gozosa de los libros, urbanidades y obras pictóricas. Mexicano en el extranjero, nativo de muchísimos sitios (Venecia, Varsovia, Roma, la Ciudad de México, Barcelona, Praga, Londres, Veracruz), Pitol combina en estos textos el placer de la escritura con el ir y venir del ensayo al relato, de la intuición a la crónica, de la pintura alemana a los zapatistas en san Cristóbal, Chiapas. Y el arraigo en estas páginas es la imposibilidad de renuncia a todo lo que constituye como escritor: "Uno, me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas". En El arte de la fuga, la suma que es Sergio Pitol se añade a nuestras experiencias de lectura más fluidas y estimulantes.
Carlos Monsiváis
El arte de la fuga, «uno de los libros imprescindibles de la literatura mexicana» (Pedro Ángel, La Jornada), «confirma algo que público y crítica sabían desde hace tiempo: Sergio Pitol es uno de los narradores mayores de las letras mexicanas» (Juan José Reyes, Crónica), «uno de los narradores hispanoamericanos fundamentales por su originalidad, humor y diversidad» (Miguel Ángel Quemain, El Nacional).
Los manuales de música clásicos definían la Fuga como una «composición a varias voces, escrita en contrapunto, cuyos elementos esenciales son la variación y el canon», lo que hoy día se podría interpretar libremente como la posibilidad de una forma mecida entre la aventura y el orden, el instinto y la matemática, la liturgia y el bataclán. El personaje central de este libro –suponemos por el propio autor–, una criatura tan indefensa como los más indefensos personajes dickensianos, pero a diferencia de ellos acorazado como un guerrero cuyas armas fueron el estupor y la parodia, se fuga de una celda para encontrarse prisionero en otra que podría ser el paraíso, aunque él se encargará de convertir ese Edén en un sitio irrisorio pero a la vez entrañable.
El arte de la fuga se convierte en un galope acelerado que en su trayecto confunde regocijadamente todas las instancias, remueve las fronteras, niega los géneros. Uno cree internarse en un ensayo para de pronto encontrarse en un relato, que se mutará en la crónica de una vida, el testimonio de un viajero, de un lector hedonista y refinado, de un niño deslumbrado por la inmensa variedad del mundo. Si «todo está en todo», como se afirma a menudo en estas páginas, la fuga se vuelve también un irónico paseo por los vasos comunicantes que transforman lo unitario en lo diverso y las periferias en el centro.
El elenco cultural es amplísimo, como también la geografía. No hay cronologías que valgan: todo está en todo, desde la infancia veracruzana del autor hasta el testimonio de su viaje a Chiapas, después de la insurrección zapatista, pasando por su larga y feliz estancia en Barcelona. «Uno», dice Pito, «me aventuro a creer, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas». Señala Carlos Monsiváis: «En El arte de la fuga, la suma que es Sergio Pitol se añade a nuestras experiencias de lectura más fluidas y estimulantes.»
En El arte de la fuga, como en la música, los temas son retomados y respondidos, reemprendidos y modificados, no por distintas voces en este caso, sino en distintos tonos que se contrastan y conviven armónicamente: así pasamos del recuerdo de infancia al diario de escritura, del retrato a la crítica literaria, del cuento a la crónica. Capaz de todos los temas y tonos, en este libro Pitol es un lector maravilloso y un narrador de primer orden. Con una nueva libertad, goza de relatarnos lo que piensa y de pensar cómo relata él y cómo relatan otros, a más de establecer un interesantísimo registro de su evolución como escritor, en la que participan la cercanía de otros escritores, la lectura y la traducción de grandes obras, el viaje y la estancia en distintos países, y los ingratos avatares del nuestro.
En El arte de la fuga, como en la música, los temas retomdos y respondidos, reemprendidos y modificados, no por distintas voces en este caso, sino en distintos tonos: así pasamos del recuerdo de infancia al diario de escritura, del relato a la crítica literaria, del cuento a la crónica. En este libro Pitol es un lector marvilloso y un narrador de primer orden. Con una nueva libertad, goza de describir cómo relata él y cómo relatan otros y su evolución como escritor, en la que participan la cercanía de otros escritores, la lectura y la traducción de grandes obras, el viaje y la estancia en distintos países, y los ingratos avatares del nuestro.