Los ángeles enfermos ganó el Premio Nacional de Cuento 1978, que dan el INBA y la Casa de la Cultura de San Luis Potosí. El tiempo, el espacio, la atmósfera, lo posible e imposible en las relaciones humanas y sociales, juegan un papel muy importante en la elaboración de estos relatos. Con una prosa cuidada y ceñida a lo que el autor intenta expresar en sus textos, este libro es una muestra importante de lo que los jóvenes narradores mexicanos han ido logrando en los últimos años.
Agustín Monsreal nació en Mérida, Yuatán, en 1941. Ha publicado relatos y poesía en las principales revistas y suplementos literarios y ha sido galardonado en diversas ocasiones por sus trabajos aislados. Éste es su primer libro, aunque tiene varios títulos que pronto serán editados.
Se han apagado por complot los rumores interiores de la casa; afuera, en el patio, la veleta chirría de vez en vez, con una especie de pereza triste, de torpe cansancio repitiéndose; los grillos dicen lo suyo de un modo muy vivo, como todas las noches desde cuando él se acuerda; Eduardo, despaciosamente, se dirige a su cuarto, corre el cerrojo con cuidado, procurando evitar que algún crujido aleve dañe la piel frágil del silencio; permanece inmóvil varios segundos, dudando si encender la luz; no, mejor no, para qué, la oscuridad está en los ojos; camina midiendo cada uno de sus pasos, sintiéndolos; enciende un cigarro que saca de debajo del colchón y abre un poco los postigos de la ventana para que, en caso de que llamen a la puerta por sorpresa, no lo descubran por el humo; se sienta en el borde de la cama y se frota los muslos con las manos, haciéndose a la idea de que son otras las manos; otras, tan prodigiosas como tiernas, tan queridas; quisiera tener valor o fuerza o coraje o lo que sea, para gritar, para rebelarse contra la sensación que empieza a recorrer su cuerpo, a colmarlo de aciagas ansiedades; pero sabe que no puede ni quiere desistir; sin pararse a pensarlo más se acuesta y sobre la almohada, lentamente, inicia el juego de la desesperación de casi siempre, el ritual de la agonía solitaria, la húmeda muerte nocturna que brutal y ciego se da a sí mismo; lo lamenta, lo sufre, mas no consigue detenerse, le resulta imposible ya refrenar el ritmo caliente que lo impulsa a cada momento con más furia y desmesura; y de pronto, entre latidos lastimosos, entre gimoteos mal contenidos e impresiones de ahogo, los precarios hilos de la realidad se rompen y todo en él se vence, y siente como si hebras de luz enferma le estallaran dentro y lo envolvieran, y padece una complejidad que lo maniata y lo dispersa al mismo tiempo, una suerte de aneblamiento interno que le imposibilita distinguir si es sueño o recuerdo la amarga, desmedida confusión en que se encuentra...