Los falsos demonios recoge la dolorosa relación establecida por el protagonista con un mundo que le impone ilimitadas tiranías. Sin embargo, los acontecimientos externos se convierten en motivos de íntima reflexión, y las deficiencias y virtudes, aceptadas como elementos inseparables del alma, ocupan lugares semejantes. El antihéroe de esta sobrecogedora novela se enfrenta, en hechos familiares que trazan el círculo inexorable de su historia individual, al devenir histórico hispanoamericano, pero define también la crisis del hombre de hoy, su necesidad de trascenderse, su urgencia de comunicación, su aislamiento y su silencio.
Cuando apareció la primera edición de esta novela, Rosario Castellanos la comparó con El señor Presidente de Miguel Ángel Asturias: “Guatemaltecos ambos autores, a los dos les fascina la figura del tirano Estrada Cabrera… En el texto de Asturias el tirano es algo más que el representante de los intereses de una clase: es un mito inalcanzable para las minúsculas criaturas que se le oponen, indestructible como esas estelas mayas que ni el tiempo ni las invasiones conquistadoras, ni el abandono ni el olvido, han arrasado en la selva. Pero lo que Asturias no se detiene a meditar es cómo surge un monstruo semejante… Éste es el cabo suelto que toma Carlos Solórzano para tejer una trama de apretada coherencia, un fondo gris y uniforme sobre el que resaltan unas figuras delineadas con estricta precisión y con una admirable economía de elementos”.
En efecto, Solórzano ha creado un personaje débil, disponible, sujeto a todos los amos que le rodean a lo largo de su vida: la madre, el cura, la esposa, el jefe político, los compañeros de la clandestinidad y del exilio. Se deja hacer, no pone obstáculo a cuanto se presenta determinado por otros. Más que la cobardía, el acomodamiento; más que la traición, la negación a elegir y la indiferencia. Los hechos (conspiraciones, espionajes, sospechas, delaciones) lo mueven en un mundo lleno de vilezas y puede desempeñar un papel de dignidad y de valor que no ha ganado. Es él, en realidad, como dice Rosario Castellanos, “el engendrador de tiranos”.
Pero, con todo, él está a su vez determinado por sus demonios. Al final de la novela alguien le dice: “Me habían dicho que en la noche, fuera de mi cuarto, rondaban los demonios. Tenía mucho miedo. Pero una vez, haciendo un esfuerzo, me levanté de la cama y llegué a la ventana. Y, ¿sabes? No había demonios. Eran falsos. Eso te pasa a ti. Mientras no lo comprendas no dejarás de ser como eres.” Y él, abrumado ante la presencia de esos demonios (el sexo, la religión, la política) responde: “¿Por qué no me acepta como soy?”…