Cada poema es memoria,
afirma León Plascencia en el texto que a manera de agenda funge como educada
guía de lectura, aunque post facto. Su ubicación al final del libro es una
cortesía: dada la proverbial amplitud semántica del discurso poético, los
indicios y aún más los proporcionados por el propio autor si bien
podrían brindar un asidero para el desciframiento, también pudieran ser un
límite para quienes no pretenden reducir la lectura a una comunión de sentimientos
con el autor. Ahora bien: ya que ha salido a colación el asunto comunicativo,
si hubiera algo detrás del texto, ¿su goce está en encontrarlo? ¿Se trata,
entonces, de un acertijo? Si cada poema es memoria, ¿sirve el poema como una
mirilla hacia la intimidad del autor?
De acuerdo con el budismo zen, sólo una mente sin distracciones puede atender el instante en toda su fugaz pureza; sólo aquellos que trascienden el yo pueden revelar el mundo. La poesía que León Plascencia Ñol ha ido construyendo desde hace más de veinte años resulta un ejercicio similar donde florecen el instante y sus fenómenos, donde las personas del verbo conviven entre sí como reflejos mutuos.