Reportero de guerra, Diego Enrique Osorno ha asumido a lo largo de dos décadas la misión de registrar los aspectos más negros y retorcidos del acontecer nacional. Sus crónicas, llenas de claroscuros, nos han mostrado sin tapujos las realidades ocultas tras la “verdad oficial”, tras el silencio obligado por la censura o la autocensura derivada del miedo. Gracias a su pluma hemos conocido de cerca a los criminales dueños de los poderes políticos o fácticos y, sobre todo, a las víctimas inermes que nos estremecen de dolor e impotencia.
En estas páginas, sin embargo, Osorno plasma algo más que la simple resistencia de aquellos que sufren los embates del México Violento y su panda de corruptos: la dimensión heroica de quienes deciden poner un límite y oponerse a la impunidad; la gesta individual, solitaria, de quienes luchan a contracorriente para salvar lo que aún no ha sucumbido al naufragio.
Desde el ranchero que armas en mano defiende su tierra de un grupo de criminales, pasando por el alcalde decidido a hacer lo necesario para que los habitantes de su ciudad no sean víctimas de la delincuencia, hasta un par de fiscales norteños enfrentados a la corrupción de los políticos sin ayuda del gobierno, El valiente ve la muerte sólo una vez es en el fondo un homenaje al valor de unos cuantos habitantes del norte del país que, pese a las adversidades, han sabido mantener la dignidad aunque en ello les vaya el prestigio o la vida.
Si, como afirma el escritor colombiano Darío Jaramillo Agudelo, “entrados en el siglo XXI, la crónica latinoamericana ha creado su propio universo”, Diego Enrique Osorno ha construido, línea a línea, uno de los planetas más visibles y poblados de ese nuevo universo. En sus “cuentos que son verdad” –como García Márquez se refería a las crónicas– se reflejan el drama, la tragedia y hasta la comedia que protagonizan algunos mexicanos de nuestro tiempo convulso.