La poesía de Darío Jaramillo Agudelo se ofrece como una invitación para transitar con ella por los comunes rumbos de la experiencia humana: la anhelante espera del ser amado –la celebración de esa plenitud y la constatación de su pérdida–, el azoro ante la más poderosa existencia de los gatos, las piedras y los árboles, la nitidez con que esto que llamamos la vida se presenta de pronto, por las noches, cuando las aguas del sueño nos transportan hacia esa otra orilla donde es posible ser todos y ninguno. Nostalgia incesante y memoria recobrada; dolor y gozo de saberse mortal y eterno como la flor transcrita y ardiente sobre la página.
A semejanza de una hebra –fina, resistente, luminosa– cada uno de los poemas que forman este libro va enrollándose con natural sabiduría en la rueca del alma que los ha convocado. Y es que la obra poética de Darío Jaramillo Agudelo eligió, a lo largo de los años, componerse a través de una muy personal notación. Se trata de una voz que –limpia de todo aderezo, de todo artificio– fluye con la necesaria claridad con la que han de decirse las cosas más hondas.