Pocos poetas han abierto tantos signos de interrogación como Emily Dickinson (1830-1886). ¿Cómo es que una mujer prácticamente inédita, que apenas salió de su propio cuarto en la casa familiar de Amherst, un pequeño pueblo del estado de Massachusetts, escribió cerca de dos mil poemas que cambiaron para siempre el rostro de la poesía?
El generoso enigma de Dickinson, pese a los libros, piezas teatrales, películas, pinturas, series de televisión, canciones y hasta cómics “inspirados” en ella, se ha mantenido intacto. Como la propia poeta estadounidense, con ternura y humor visionarios, escribió a su preceptor, T. W. Higginson: “Si la fama me correspondiese, no podría yo escapar a ella – si no, el día más largo se me desvanecería en la carrera – y perdería – la aprobación de mi Perro – así – mi Oficio Descalzo – es mejor”.
Cámara nupcial no desconoce la fama contradictoria de Dickinson. Antes bien, enfrenta los avatares de su “Oficio Descalzo” desde la noche oscura (“la noche turmalina”) del lenguaje. Autor de una de las obras más nítidas e inquietas de la poesía mexicana actual, Jorge Esquinca emprendió en 2011 un viaje de peregrinación a Amherst. A su regreso, confeccionó este cajón de sastre donde reúne monólogos dramáticos e interiores, cartas en verso y adivinanzas en prosa, notas al pie de una documentación fotográfica in situ, un álbum botánico y hasta una diatriba final, en voz de la propia Dickinson, para censurar todo asomo de mitología literaria.
“No puede el navegante ver el Norte”, escribió Dickinson, “mas sabe que la brújula sí puede”. Esquinca ha confiado una vez más en su poderosa brújula verbal para abrirse paso entre lo incierto, lo oscuro e informe; para desconocerse magistralmente en estas páginas y, como recompensa, “formar el barrunto de una nueva constelación”.