La separación amorosa es un exilio repleto de huellas y de símbolos: rostros y espacios de la ausencia, recorrido por los rumores de un lenguaje doliente. Separarse es recrear la soledad y volverla a decir con los idiomas del desencanto, de la melancolía y de la pesadumbre. Mas en el espacio de la separación amorosa hay, también, pese a todo, un fondo para el canto aun cuando sea difícil entonar las baladas del más extraño viaje de los cuerpos y de las presencias. En Canciones para los que se han separado se oye esa música en sordina: intermitente, entrecortada, respirada con agudeza y angustia. No hay en estas páginas la menor complacencia ni el menor gusto por los vocabularios lujosos: la retórica que lo sustenta es árida, áspera —pero tiene la energía del sueño y del espíritu de la esperanza. Héctor Manjarrez busca en la poesía el ejercicio de su libertad y las explicaciones que nos hacen falta aquí y ahora. Canciones diseminadas en el cuerpo de los lenguajes modernos; canciones bruscas e iluminadas por el fogonazo de los descubrimientos cotidianos; tonadas de nuestra condición y de las condiciones de nuestro amor.