Poesía 1935-1968 reúne los poemas publicados por Efraín Huerta en libros, plaquettes y revistas. Por vez primera se tiene oportunidad de apreciar en su conjunto una de aquellas obras sin las cuales la lírica mexicana no sería lo que es actualmente.
Nacido en 1914 Huerta pertenece a una generación —la que se agrupó en la revista Taller— marcada por la guerra de España. Quizá por ello mismo Huerta no ha escrito al margen de la historia sino adentro de ella, y la rebelión y la protesta son el rasgo definitivo de sus poemas civiles. Esta capacidad de cólera hace que escriba siempre en situaciones límite y renuncie a las convenciones para encontrar nuevas libertades expresivas, aspirando a una belleza nada tradicional.
Huerta es un poeta de la ciudad y ha hecho la otra crónica —la más secreta y a la vez más abierta— de la capital mexicana. Dueña de una rara coherencia, su poesía se ha transformado conservándose fiel a su entonación y atmósfera iniciales. Biografía espiritual y testimonio, nos seduce y asombra precisamente porque no está hecha para el halago ni el deslumbramiento.
Efraín Huerta (1914-1982), poeta de mil voces, no escapaba de sus dardos, y así se autodescribe: “Me complace/ Enormísimamente/ Ser/ Un buen/ Poeta/ De segunda/ Del/ Tercer/ Mundo” Y también: “Ahorita/ Vengo/ Voy a dar/ Un paseo/ Alrededor/ De/ Mi/ Vida/ Ya viene”. No escapa su vida amorosa: “Los lunes, miércoles y viernes/ Soy un indigente sexual/ Lo mismo que los martes,/ Los jueves y los sábados./ Los domingos descanso”. No deja de maravillar que en su juventud, que empezó a los 15 años y terminó a los 68, se le haya acusado de carecer por completo del sentido del humor.
Huerta no es en forma alguna poeta de un solo tono o tema. La crítica afirma que destaca en los poemas de contenido social —sexual, corregirla—, mas debe insistirse en que pocos escritores se han integrado tan intensamente a la ciudad de México, que para él fuera “autobiografía y condena”; a la que escribió una “Declaración de odio” en la que se trasluce el amor; por la que rodó en un destartalado camión Juárez-Loreto; en cuya Avenida Juárez sintió que se pierden los días, la fuerza y el amor a la patria y donde puede uno quedar tirado a media calle con una arrugada postal de Chapultepec entre los dedos.
En un país donde los escritores, y especialmente los poetas, rinden culto exagerado a la forma, Huerta concibió poemas que fueron comparados con el feísmo de Orozco; de música tan dura que hacen difícil su lectura; mas tan pegados a la tierra, tan desprovistos de alambicamiento (“Soy libre para decir como esclavo lo que me dé la gana”), que alcanzan en forma directa la verdadera poesía.