La ley de herodes reúne trece cuentos de Jorge Ibargüengoitia. Si su novela Los relámpagos de agosto es el reverso humorístico de la novela de la revolución, estos cuentos podrían ser las visiones en comedia y en farsa de aquellos conflictos que la literatura mexicana de hoy suele expresar en su sentido trágico. Ibargüengoitia posee el don de observar nuestros actos en todo lo que tienen de grotesco o absurdo, y sabe converti lo que observa en sátiras de feroz -pero natural y diáfana- mordacidad. Los medios intelectuales, el universo de los boy scouts, el mundo de una clase en derrota, asediada por un lumpen proletariat que pasa tranquilamente de la mendicidad a la delincuencia, son algunos de los campos en que Ibargüengoitia sitúa sus anécdotas.
Jorge Ibargüengoitia nació en Guanajuato en 1928. Ha ganado en dos ocasiones el Premio de la Casa de las Américas, con Los relámpagos de agosto y con la farsa histórica El atentado. Ejerció un tiempo la crítica teatral y algunas de sus muchas piezas premiedas pero no siempre representadas comienzan a publicarse en libro: Clotilde, El viaje y El pájaro (1964).
Jorge Ibargüengoitia (1929-1983) dedicó buena parte de su tiempo libre, de las entrevistas que se le hicieron en vida --después de muerto aún no se tiene noticia de ninguna --y de sus escritos, a demostrar a sus lectores que no era un humorista, que no le interesaba hacer reír a la gente. Las trece historias --número cabalístico-- que reunió en La ley de Herodes (¿cuento?, ¿artículo periodístico? ¿consejo a los buscadores de becas?) muestran precisamente lo contrario: a Ibargüengoita sí le interesaba hacer reír a la gente.
La risa, como observó nada menos que Charles Darwin, quizá en su experimentos con primates, parece ser, en primer lugar, "una mera expresión de alegría o de juego". En este último, sin embargo, la risa se complica, se subdivide. Parte de ella sigue siendo resultado del juego, mas surge otra de características muy especiales que no puede ser asociada con la simple felicidad o el juego sino con causas más profundas: en un placer emocional específico derivado de experiencias que podrían ser frustrantes o desagradables si se las tomara en serio. Tal sentimiento constituye la quintaesencia de lo que llamamos humor. Ya Platón había apuntado que en la comedia "el alma experimenta una sensación en la que se mezclan el placer y el dolor".
Siglos más tarde, Kant consideró que la risa "priviene de la transformación en nada, súbitamente, de algo en que uno ha puesto grandes esperanzas" y, para no ser menos, Hegel anotó que "en forma inseparable de lo cómico, existe una confianza y una genialidad infinitas capaces de superar su propia contradicción". ¡Mas basta! No se necesita el menor conocimiento de filosofía para gustar de La ley de Herodes, premisa inicial de un viejo dicho --y de una costumbre-- muy mexicano.
A través de los distintos cuentos que componen La ley de Herodes, Jorge Ibargüengoitia narra, armado con la agudeza crítica que lo caracteriza, algunas de las situaciones más hilarantes y absurdas que envuelven a la vida cotidiana. Con un descarnado sentido del humor, cuenta la pudorosa intimidad de una pareja que acude a una cita médica, el inverosímil cortejo amoroso de un hombre desesperado, el patético final de un encuentro sexual ampliamente prolongado, los extravagantes caprichos a los que se someten los guionistas de cine para llevar a cabo una superproducción o las divertidas argucias de un escritor en apuros económicos, quien hace hasta lo imposible para evadir a sus acreedores. Jorge Ibargüengoitia logra, como pocos autores en Hispanoamérica, que los lectores se rían abiertamente con él de aquellas pequeñas desgracias de todos los días.