La modernidad de Fortuna radica en su concepción narrativa, y concretamente en el artilugio estilístico, prácticamente inédito, del monólogo interior. Dos obras han pasado a la historia de la literatura alemana por su manejo del monólogo interior: El teniente Gustl y La señorita Else: las dos, por supuesto, de Arthur Schnitzler. Lo que nadie sabe es que 30 años antes del Ulysses de James Joyce y de su contagio a Virgina Woolf o William Faulkner, "el fluido o corriente de conciencia" ya campaba a sus anchas en Fortuna, una joyita desatendida por la tradición.
Fortuna es, pues, una fábula muy entretenida, es una suerte de foco radiante de temas y técnicas hacia el siglo XIX y hacia el XX, en el que Schnitzler empieza a despuntar de cuerpo entero, quizá como aquellos Esclavos de Miguel Ángel que, al ir desperezándose del mármol, ya en sus contorsiones auguraban el Moisés.