A partir de 1831, Balzac realizó al menos tres versiones de este "estudio filosófico" al que, se dice, intituló inspirándose en una parodia crítica del siglo XIII, "La obra maestra de un desconocido". La versión que nos llega aquí es la que Balzac publicó, en 1846, precisamente al lado, en "La comedia humana", de "La búsqueda del Absoluto". En esta versión, "La obra maestra desconocida" deja de ser el "cuento fantástico" que era al principio, para convertirse en una suerte de declaración de principios estéticos, con el que Balzac se adelanta a su tiempo y le habla a los pintores que años después verían en Frenhofer, el héroe trágico de este relato, a un profeta. Cézanne, Picasso y Matisse se cuentan entre los que creyeron con fervor en las palabras del maestro imaginado por Balzac.
La obras se descubren maestras sólo en presencia de otras a las que opacan y destinan, en ese movimiento, al olvido. Por incómoda que les resulte, es justamente esa coexistencia la que les otorga el brillo con el que pueden, generosamente, iluminar a su época. Algunas veces, sin embargo, las obras maestras tardan en encenderse. No es siempre su primer público el que las detecta: las falsas luces suelen ser muy distractoras. Y muy irritantes para quien se da cuenta del equívoco.