Lo que el poeta nombra se vuelve sagrado. Los seres, las cosas, los lugares, lo hechos no son sagrados en sí —están condicionados por la necesidad y el accidente— pero el poeta los vuelve sagrados al atraerlos al espacio del poema. Lo interior y lo exterior, la realidad y la conciencia, el mar y la luz, el cuerpo y el deseo, se conjugan en un abrazo erótico y, gracias a la mirada del poeta, crean el espacio de la semejanza. Esta es la poética de Juan Esmerio, presente desde su primer libro, Las pertenencias del mar (1988), luego en Mantarraya (2010) y ahora en Islas de mar y río. Asombran dos presencias poderosas en la visión poética del poeta sinaloense: el mar y la luz, y con precisión: un mar que adquiere de súbito la inmaterialidad de la luz y una luz que de pronto llega en oleajes que penetran todo y todo lo vuelven luminoso e ingrávido. Agua solar, luz líquida, mar de sol y sol de mar, serían otros nombres de la diosa blanca, la divinidad que Juan Esmerio invoca y, al invocarla, se deja iluminar por ella. Quien lea las páginas de este libro (recordemos que todo lector es autor) sabrá qué significa estar iluminado por la Diosa Blanca.
Felipe Vázquez