Una interrogación hace comparecer los signos como testigos privilegiados: ¿qué es un espejo? Este Cuaderno de las apariencias se forma por la contestación cambiante y por las consideraciones movedizas, de tal suerte que se distinga el espejo frente al espejismo, y, en lance cósmico, enfrentar dos espejos; también, la imagen del primer humano que se reconoció a sí mismo en la superficie del agua, cuya visión perdura hasta el presente. Y el mar, monumental espejo magno en el que Dios se contempla a sí mismo. La poesía misma, atada en la página para volverse espejo de quien se mira en ella.
Aquí y allá, esta "fascinación de las apariencias" acota en cursivas las alusiones a voces ajenas que igualmente fueron requeridas por el misterio de la superficie reflejante, de la apariencia propiamente dicha. Y todo eso forja el azogue de este Cuaderno.
Sin embargo, al ver la figura en el espejo (o la impresión de la escritura sobre la página), se suele olvidar que hay huecos, silencios, insignificancias, pues el universo se forma tanto de sus cuerpos como de sus espacios vacíos. Con la re/visión de esta cualidad de ausencia, Francisco Meza complementa su decir en este volumen.