En poeta nace. Recibe la palabra y el nombre de Felipe. Corre veloz su infancia mientras un río le habla. Va a la escuela. Ama a su maestra. Busca a Dios. Conoce la muerte.
El poeta madura. Lee. Escucha el misterio de las cosas. Contrae nupcias. Engendra hijos. Los ama y les sonríe mientras los ve crecer. Se mira en ellos complacido.
El poeta busca un río que le hable de tantos espíritus olvidados. Siempre que llega a una ciudad, pregunta primero por un río. Encuentra el Rímac, que riega el valle del dios que hablaba con oscuras palabras desde sus huacas sagradas hace ya siglos. Recibe del río lo que ansiaba escuchar.
El poeta retorna a su suelo. Rememora las batallas perdidas y rupturas. Nos cuenta de padres y abuelos que vieron desde los cerros venir subiendo ciudades. Nos revela su historia con palabras llanas. Nos habla de mares y ríos lejanos, que siguen salpicándole en sueños con sus líquidas palabras.
El poeta repasa sus días sobre la tierra. Lucha contra la insistencia del olvido. Recuenta sus muertos. Sigue vivo. Escribe las líneas de un libre para brindarle a sus fantasmas el milagro de la permanencia. Se toma un trago a la salud de todos. Vuelve a mirar a sus hijos. Jura que inventará para ellos un día mejor.
Óscar Limache