Me asomo a Del Monte y otras Bestias por el ojo de la cerradura y veo al poeta. Tal vez porque del Monte y de cada una de sus Bestias acuden las palabras en su anchura y longitud exactas; quizá porque del Monte el poeta guarda misteriosamente la memoria de una ciénaga estelar, el recuerdo de otra Bestia mayor y remota, que nos tacha y nos escribe; o porque la palabra bestia, andrógina, forrada en pústulas y pétalos, eriza su lomo emplumado de azul y canta, como canta el poeta en ese punto donde unos muslos amurallan sus oídos; o sencillamente sea que la suma de todas estas felonías y perros mansos, más la sola y pura sospecha de una máquina en el sol que nos engendra y mortifica, sea la causa, la razón que nos congrega a estas horas y distancias.
Qué sé yo. Cómo puedo saberlo. Yo solo sé que miro por el ojo de la cerradura y veo a León Cartagena, lo leo en su espesura y transparencia, en su sencillez enceguecida, esa que tanto se agradece y que le sobra y que gatilla y que corona cada uno de estos versos, mientras aparece un poco de verdor en la llanura, y las aves describen en su trino la geométrica migración de su bandada.
Enrique Silva Rodríguez