Incluso en casa del poeta ronda la muerte y, aunque lo pareciera, no es poca cosa, pues en la poesía un hombre es todos los hombres y nuestros muertos son dolor de todos. Perecedero sería el lamento infantil dentro de un tema que ha rondado la poesía por siglos; no es el caso de «Principia mortis», tercer libro de Francisco Alcaraz, que se adentra en la introspección, ese nulo pero humano intento de entender cómo «la muerte es una gotera que nadie puede ver». Tres actos componen este «teatro de sombras» en que el recuerdo se funde con la resignación y el silencio es barca donde lentamente se mecen las despedidas, grietas necesarias que fundan al hombre y lo forman. Principia mortis es casa sostenida por brillantes andamios, en la que sólo es posible ver los retratos invisibles que la habitan, acariciando las propias heridas.