Gente de mar puede concebirse como el paso inaugural de un proyecto mucho más vasto. Cuando en 1950, Rafael Bernal publicó esta colección de biografías relatadas, breve resumen de la historia de la piratería, esperaba algún día continuar el trabajo y extenderse a una historia completa. No obstante, de entre los siete personajes allí retratados, es posible señalar algunos que no toman parte en el tema central, que no fueron cabalmente piratas, pero sí hombres alucinados por el océano, cuya única pasión era lanzarse a los mares para encontrar el conocimiento, el amor, la fama, o simplemente para acatar al llamado que sentían en la sangre. Es natural que Bernal haya tratado este tema durante muchos años; siendo el aventurero que fue, de selva y de llano, habiendo trabajado en numerosas embajadas alrededor del mundo, el inasequible piélago no podía dejar de sumarse a su obsesión. Gente de mar es un libro que no ha suscitado interés en la ya de por sí casi olvidada obra de Rafael Bernal. Se editó en México por la Editorial Jus (1950), y en el año 2000 fue reeditado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) dentro de la colección Clásicos para Hoy, con un tiraje de 10,000 ejemplares.
Gente de mar: una laguna de tierra adentro
En los años cincuenta, la cultura en México se hallaba oscilando entre lo tradicional y lo moderno: un contraste que era encabezado primordialmente por la disputa (o la conjugación) de lo extranjero y novedoso con lo tradicional y ya bastante conocido; en otras palabras, las nuevas vanguardias contra los remanentes de las expresiones inspiradas en la Revolución. El eje central de la estética se trasladó paulatinamente hasta situarse en el núcleo de las grandes ciudades; la urbe y lo cosmopolita se yuxtaponen a lo agreste, a la vida rural que hasta entonces había sido exaltada.
Fue en el periodo de gobierno del presidente Miguel Alemán (1946-1952) cuando se dieron algunos hechos de gran resonancia en el país, tales como la creación del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBA) –el 31 de diciembre de 1946– y la construcción de Ciudad Universitaria (CU) en el Pedregal de San Ángel –cuya inauguración se celebró el 20 de noviembre de 1952–; casi un mes después, la Academia Mexicana de la Lengua se transformó en Asociación Civil.
En este contexto surgió una generación de escritores cuya infancia había discurrido entre las nuevas instituciones y los fantasmas de la Guerra Cristera y la Revolución. Con ellos, nacidos casi todos en la década de 1910, se asentó en el país una nueva ola de literatura que rompió con los esquemas tradicionales y dio otra respiración a las letras mexicanas: escritores como Octavio Paz (1914-1998), Efraín Huerta (1914-1982), José Revueltas (1914-1976), Alí Chumacero (1918-2010), Juan Rulfo (1918-1986), Juan José Arreola (1918-2001), entre otros. Se puede decir que grupos o corrientes como el Ateneo de la Juventud, los Contemporáneos y la Generación de Medio Siglo, fueron algunos de quienes mejor supieron descifrar el escenario de la cultura mexicana.
Ya fuera por sus aficiones y negocios en distintas latitudes de la república, por los numerosos cargos que lo llevaron a residir en diferentes países o simplemente por indiferencia, Rafael Bernal estuvo casi totalmente desligado de los grupos y el resto de los personajes literarios. Cuando publicó Gente de mar en 1950, su libro pasó, de modo general, inadvertido por el medio.
El género de aventuras, caracterizado por tener una trama que gira en torno a las hazañas de su héroe, no había sido cultivado por los contemporáneos de Rafael Bernal, aunque un libro así debía significar una apertura a la literatura que llegaba de fuera, como la compuesta por Emilio Salgari (1862-1911) o Daniel Defoe (1660-1731). Justamente del primero, el escritor se adjudica una de sus mayores apropiaciones, sobre todo en lo referente al relato de aventuras. De hecho, el autor de Gente de mar dedicó esta obra “Al inmortal Emilio Salgari”. Dentro de la producción literaria de Bernal, este libro quedó opacado, como el resto, por el prestigio que hasta hoy alcanza su novela El complot mongol (1969).
Gente de mar está dividido en cinco capítulos, cada uno de los cuales cuenta una historia distinta. Narra la biografía, para ser precisos, de un personaje cuya pasión lo lleva a desplazarse por el ponto. Desde la narración del platónico Caracciolo, hasta el romanticismo de Gerónimo de Gálvez, piloto del rey, cada relato es trasunto de la esencia del hombre libre y apasionado en su implacable búsqueda.
Nos cuenta Bernal que en la familia napolitana de los Caracciolo hubo dos vocaciones: “el mar y el altar”.[1] Del héroe de la primera historia no se conoce el nombre de pila, pero sí que los muchos piratas que llegó a congregar dieron en nombrarlo sabio. Caracciolo fue un hombre iluminado: tuvo la idea de cometer sus piraterías bajo el amparo de una bandera blanca en señal de paz e instauró una república al sur de Madagascar que bautizó como Libertatia, donde la esclavitud fue abolida y la propiedad privada quedó en el pasado. El narrador lo retrata a manera de un protagonista preocupado por sembrar la semilla de un mejor futuro para la humanidad, al mismo tiempo que como un ser maquiavélico, capaz de todo tipo de bajas artimañas para lograr su cometido. Caracciolo volvió amables a los piratas y civilizados a los salvajes, apoyado en las leyes que regían su ciudad. Nada, sin embargo, lo salvó de una negra muerte: un balazo que le destrozó las entrañas. Al final se había mostrado como un hombre bueno; no obstante, “la bondad nunca ha sido pasión interesante para los libros de aventuras”.[2]
En la segunda historia se nos presenta a Edward Teach, mejor conocido como Barbanegra, un pirata y corsario paradigmático que el narrador se encargó de dibujar a través de sus acciones, mas ante todo con base en sus palabras. Así, al estar Barbanegra sobre el puente de un barco enemigo, en medio de las detonaciones, su voz descollaba gritando: “¡Al abordaje, al abordaje, mátenme esos perros y échenlos por la borda!”[3] Hombre rudo y audaz como pocos, que se atrevía a enfrentar a su tripulación en los retos más descabellados, y que de tiempo en tiempo le soltaba un tiro a alguno de sus oficiales para tenerlos a la raya. Le sucedió así a Israel Hands, su segundo a bordo, quien decidió alejarse pronto de la piratería “pues no quiso seguir bajo la bandera de un capitán que hacía tan extremas demostraciones de su poder”.[4]
Las aventuras oceánicas también tuvieron protagonistas femeninos, entre quienes destacaron Anne Bonny y Mary Read. A mitad del siglo xvii, la zona que se conocía por ser un hervidero de piratas, corsarios y bucaneros, las islas de Tortugas, había sido destruida por las fuerzas justicieras de algún país, mas esto sólo provocó la audacia de los hombres que navegaban enarbolando el Jolly Roger, esa conocida bandera que derivó del símbolo manufacturado por los boticarios para los frascos de veneno.
De modo que el Jolly Roger le decretó la guerra a todos los países del mundo y, a su vez, los países lanzaron sus fuerzas armadas y ordenaron colgar a todo aquel pirata que se hallara en tierra o en mar. Y uno de aquellos reductos propiciados por la destrucción de Tortugas, inició la aventura para Anne Bonny, a sus veintidós años. Algunos años después, vino Mary Read a su embarcación, vestida de hombre para pasar inadvertida, y ambas fueron en crueldad y arrojo tan desenvueltas como muchos de los más temibles piratas. Al final fueron atrapadas y murieron en manos de la justicia. Sucedió así después de que Rackam, capitán y pareja de Anne, viendo acorralada su embarcación decidió rendir las armas. Ella nunca se lo perdonó: antes que ese resultado, habría deseado morir en la batalla.
Rafael Bernal acaba de construir la psicología de este protagonista del mismo modo que procedió con Barbanegra, poniendo en su boca palabras que contienen un gran peso emocional, de la forma que sigue: “¡Cobarde! Si hubieras peleado como un hombre no estarías aquí amarrado como un perro…”.[5] Su compañera, Read, se salvó de la horca, pues murió pocos meses después de dar a luz a un niño.
Jurgen Jurgensen fue el aventurero por excelencia. No se dedicó a practicar la piratería, pero su vida discurrió entre un sinnúmero de aventuras a lo largo y ancho del océano. Fue: “ante todo, un coleccionista de empleos”.[6]
Marinero, arponero, explorador, capitán ballenero, cazador de focas, capitán mercante, corsario, espía, autor, actor, autor dramático, médico, estadista, predicador, revolucionario, tahúr, prisionero, exiliado, agricultor, agente secreto del gobierno, guarda forestal, concesionario de títulos de explotación, editor, mendigo, vagabundo, periodista y… rey de Islandia.[7]
No es de extrañar que éste haya sido uno de los favoritos de Rafael Bernal, quien fue aventurero, de muchos oficios, cosmopolita y en primera instancia un amante del anchuroso piélago. La biografía de Jurgensen cierra, además, a la manera romántica de quienes parecen desvanecerse de la faz de la tierra. “Por fin, en 1845, a los sesenta y cinco años de edad, murió Jurgen Jurgensen, rey de Islandia. Nadie sabe ahora dónde está su tumba”.[8]
La odisea de Gerónimo de Gálvez, piloto del rey, es la última biografía narrada en Gente de mar y discurre a través del océano y de los años, pues el protagonista va dando lenta caza al asesino de su mujer con la intención de cobrar cara su muerte. “Seis años duró la búsqueda y en ellos Gálvez gastó todas sus ganancias, pero no desesperaba y en cada viaje recorría las Filipinas, ofreciendo dinero a quien le diera noticias de su enemigo y comisionando cada vez mayor número de espías”.[9] Al final, cumplió con su destino: vengó el asesinato de la hermosa Solina y “en Acapulco dejó para siempre la vida del mar y se le vio durante algún tiempo recorrer toda la Nueva España”.[10]
El mar que Rafael Bernal retrata no es el desierto acuático que suele venir al pensamiento con tal evocación, sino más bien un territorio hostil, donde hay que moverse siempre a la expectativa, andar a salto de mata; un territorio plagado de hombres donde a cada momento se cruzan los rumbos de mercaderes, policías, bucaneros, corsarios y piratas, entrelazando sus destinos y tejiendo las tramas de sus aventuras.
La biografía, en su forma tradicional, es el escrito que se elabora en tercera persona para intentar reconstruir ya no el retrato, sino el conjunto de hechos y pensamientos que dieron forma a la vida de un hombre no ficticio. Suele buscarse en el contexto social, cultural y político, todo aquello que sirva de guía o sustento a la hora de tejer el entramado de esta persona, comúnmente ya muerta. No obstante, aunque Bernal prestó atención a las vidas de sujetos verdaderos, no mostró interés en una escritura histórica ni mucho menos política; no manifestó preocupación ni siquiera en señalar una fecha de nacimiento. Sus biografías ubican al lector, ya desde las primeras líneas, próximo al esplendor y a la inevitable decadencia del personaje. Lo que Bernal pretende es mostrar al “hombre con todas sus pasiones y con todos sus deseos”.[11] De lo anterior se desprende que el recurso utilizado derive de la biografía común a la biografía novelada.
Por supuesto, el narrador adquiere la facultad de moverse con mayor soltura y no permanece al margen de lo narrado. Tras pintar una serie de acciones y reacciones con suma objetividad, se inclina, con no poca poética, a exaltar los sentimientos y los gestos ejemplares de asesinos y ladrones, o a pintar un probable cuadro a todo color. Estos momentos pueden hallarse a lo largo de la obra, ya tendiendo a lo ético, ya a lo poético. Así sucede con Caracciolo, a quien “Una bala le destrozó el vientre y los intestinos se regaron sobre cubierta” y un párrafo después: “los piratas de Libertatia eran hombres buenos”.[12] En el caso de Edward Teach, gusta de retratar sus formidables desplantes: “Barbanegra aparecía terrorífico sobre su puente de mando, […]. En la mano llevaba un inmenso vaso de ron que se tomó de un trago y luego estrelló contra el suelo, soltando una andanada de insultos”.[13] Posteriormente, hacia el relato final, vemos que para Gerónimo de Gálvez “su cólera fue terrible, vagó por las callejuelas del puerto, invocó la justicia divina y todo el mundo se enteró de su tragedia”.[14]
Como puede advertirse, el nivel de realidad comúnmente se muestra versátil. Aunque las biografías son fieles en sus puntos cruciales (ubicaciones sobre el globo, encuentros amigos o enemigos, batallas a cañonazos, causas de muerte y actuaciones épicas), naturalmente Rafael Bernal va novelando; conecta dichos puntos y los dota del color y el tono dignos de la novela de aventuras.
Por otro lado, durante los siglos xviii y xix los gobiernos de España, Francia e Inglaterra mantenían un encarnizado tira y afloja con los bandidos que ocupaban el océano. Cuando estas naciones entraban en guerra, propiciaban la piratería otorgando patentes de corso, es decir, un pirata se volvía corsario y era libre de cometer toda clase de tropelías contra los enemigos de sus protectores; pero luego las naciones volvían a aliarse e inmediatamente tomaban una de dos resoluciones: ofrecer el perdón a todo aquel bandido que aceptara deponer sus armas y tornar a tierra o sencillamente pasar a todos por la horca. La fórmula para la sentencia dictaba: “Y es la voluntad de esta corte que seas llevado a tu lugar de origen y de allí al de tú ejecución, donde serás colgado por el cuello hasta la muerte. Que Dios se apiade de tu alma”.[15]
Como señala Bernal, los piratas se lanzaban a los mares decididos a hacer la guerra a todas las naciones del mundo. Fue una época de gran número de matanzas. Muchas veces estos hombres fueron testigos de la ejecución de sus anteriores camaradas, de tripulaciones y hasta de comunidades enteras. Los piratas eran conscientes del destino que les aguardaba, pero en realidad, el conocimiento del patíbulo, antes de escarmentarlos, servía para volverlos más audaces. Esta actitud es parte del alma de la piratería y luce en el trasfondo de la mayoría de los textos de Gente de mar; no por nada sus personajes resultan verdaderamente entrañables.
Es bien sabido que la obra de Rafael Bernal tuvo y sigue teniendo una escasa resonancia, y esto cambia sólo en cierta medida en lo que respecta a su novela ejemplar El complot mongol (1969), la cual ha sido objeto de diferentes estudios y reediciones. Gente de mar no ha gozado de un destino diferente al del resto de la obra, contando con sólo dos ediciones (1950, 2000).
Es posible señalar algunos puntos cruciales para entender este pronto olvido o inadvertencia de que fue objeto la obra de Bernal. Por un lado se encuentran los numerosos cargos políticos que lo llevaron a residir en varios países. Su desempeño en las embajadas de Filipinas, Honduras, Japón, Perú, así como en distintas universidades a lo largo de buena parte de su vida, lo mantuvieron desligado del movimiento literario nacional y de los diversos grupos que surgieron en su generación. Por otro lado, a finales de la primera mitad del siglo xx, nació el Movimiento Nacional Sinarquista, una agrupación política de corte anticomunista, católico y nacionalsindicalista, al cual Rafael Bernal se afilió en 1946. Es probable que sus acciones en el partido le acarrearan consecuencias más allá de algunos periodos en la cárcel y que las pocas figuras del medio literario que lo ubicaron terminaran por marginarlo.
No son escasas las observaciones que de la obra de Bernal han hecho los autores actuales. Han hablado y escrito sobre El complot mongol narradores como Élmer Mendoza, Eduardo Antonio Parra y Paco Ignacio Taibo ii. En lo que respecta a Gente de mar, es evidente la atención que le ha dedicado Vicente Francisco Torres en la edición realizada por el CONACULTA en el año 2000, donde aparece una presentación de su pluma, titulada “El mar a sangre y fuego” y que resalta dos elementos de la obra que ya se han mencionado: primero, el gran interés de Bernal en lo tocante al alma de la piratería y, segundo, la influencia que sobre éste tuvo Emilio Salgari.
Bernal, Rafael, Gente de mar, México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Clásicos para Hoy), 2000.
González Rodríguez, Sergio, “La literatura mexicana en los años cincuenta”, en La literatura mexicana del siglo xx, coord. Manuel Fernández Perera, México, D. F., Fondo de Cultura Económica/ Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/ Universidad Veracruzana, 2008, pp. 203-259.
Torres, Vicente Francisco, “El mar a sangre y fuego”, en Rafael Bernal, Gente de mar, México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Clásicos para Hoy), 2000.
----, “El mar y sus piratas”, en La otra literatura. Escritores mexicanos del siglo xx, México, D. F., Gobierno del Estado de Veracruz, 2001.
A. Ormerod, Henry, Piratería en la antigüedad, Google books, (consultado el 27 de marzo de 2015).
El complot mongol. Antonio Eceiza (1977), [película], publicada el 3 de octubre de 2016, duración: 1:36:36, (consultado el 27 de marzo de 2015).
El barco perdido de barbanegra, [documental], publicado el 25 de julio de 2014, duración: 47:08, (consultado el 27 de marzo de 2015).
Miguens, Silvia, Breve historia de los piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros, Google books, (consultado el 27 de marzo de 2015).
Urueta, Chano, El corsario negro, (consultado el 27 de marzo de 2015).
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