Casi treinta años de experiencia llevaron a Thomas McCormack a detectar las tres características esenciales que debe tener quien pretenda editar novelas: sensibilidad lectora, que no es otra cosa que la capacidad para ponerse en los zapatos del lector ideal de cada tipo de obra; habilidad para diagnosticar los males de un manuscrito, sea en la estructura, en los personajes o en el lenguaje, y astucia para sugerir enmiendas que permitan al escritor producir en sus lectores los efectos que desea. Este breve manual desmenuza la labor del editor literario bajo la premisa de que parte de ese oficio puede enseñarse, aunque nada sustituye el penoso aprendizaje en la práctica. Es un lúcido y divertido alegato en pro de la eficacia y la diversidad narrativa que será de utilidad para escritores en ciernes, para quien asiste a un taller literario -y aun para quien lo encabeza- y, desde luego, para quien en una empresa editorial busca dar forma a un catálogo.
El libro presenta con detalle las funciones que debería desempeñar el editor y luego señala errores comunes en el planteamiento novelístico que llevan a que un relato se empantane o no desarrolle todo su potencial. La idea fundamental de McCormack es que el novelista debe anticipar la reacción -emotiva o intelectual- de su lector y contribuir a que el flujo narrativo avance conforme a las leyes que se ha impuesto. El editor no sólo ha de percibir aquello que se le presenta al lector sino que además debe entender cómo se produce, o se deja de producir, ese cumulo de sensaciones. Lejos de ser un simplón recetario que muestre atajos hacia la perfección novelística, esta obra condensa con generosidad lo que el autor aprendió haciendo anotaciones al margen de cientos de manuscritos. Sus enseñanzas le harán bien a la novela, al novelista y a quien aspire a ser su editor.