Pocas relaciones son tan intensas y a la vez pueden llegar a ser tan conflictivas como las que se establecen entre padres e hijos. ¿Qué sucede si los hijos son distintos y, aunque se esfuercen, no consiguen encajar en el molde que trazaron para ellos? ¿Qué, cuando la imagen paterna es en todo negativa y el hijo considera el rechazo un deber moral? Sin remedio, se produce un encontronazo, y la vida familiar del hijo se convierte en un infierno del que hay que huir a como dé lugar.
Joel Flores explora los laberintos emocionales del protagonista quien, recién instalado con su mujer en una ciudad fronteriza, recibe el aviso de que su padre se muere en un hospital de Zacatecas. Con la duda de ir o no a verlo por última vez, el resentimiento, la culpa y la imagen del viejo abandonado en un pabellón de agonizantes se enredan en su interior hasta jalar a la superficie los fantasmas más ocultos, más sepultados en su memoria, para configurar un bárbaro retrato de familia donde el padre, un militar de bajo rango, burdo y violento, destaca como el principal creador de la desdicha.
Nunca más su nombre nos muestra de manera descarnada que nunca hemos sido del todo dueños de nuestras decisiones ni de nuestro destino, que casi siempre actuamos obedeciendo impulsos difíciles de reconocer, y que a veces la única verdad se localiza en esa zona de la memoria que quisiéramos mantener velada hasta la muerte.