Toda valoración de una manifestación artística (y no otra cosa es la crítica) requiere una apreciación histórica, o sea de las circunstancias que la enmarcaron en el tiempo y en el lugar en que se produjo. Juzgo también indudable que la literatura de Nueva España, en los ochenta o cien años que siguieron a la Conquista, no tuvo, ni podía tener, en su conjunto, características bastantes a individualizarla separadamente de la literatura de España, por más que aisladamente muchas de sus obras, y luego cada vez más la obra total de los escritores, vayan acentuando rasgos diferenciales que, con el tiempo, han acabado en una literatura ya propia, inconfundible y distinta. Pero en la temprana hora del siglo xvi sería falsa la apreciación de lo escrito en México sin aludir a lo que se escribía en España.
El momento literario de González de Eslava, como autor teatral, corresponde a esa etapa española que hoy los tratadistas llaman, con cierta amplitud, teatro prelopista, teatro heredero y continuador inmediato del medieval español, digamos del de Gómez Manrique y los Autos viejos, fructificando en piezas que, en su mayor número, son relatos escenificados más bien que obras propiamente teatrales, por cuanto predomina la narración de sucesos y es débil la acción y mal proyectado el conflicto, si no es que carecen por completo de él.