Éste, el último de los ensayos de Montaigne, se ocupa de uno de los puntos clave del debate filosófico y humano que marca el tránsito de la Edad Media al Renacimiento: la inquietud que inspiran los aspectos cambiantes de la realidad y la necesidad de contar con un instrumento para dar un fallo al respecto, tanto en el orden externo, material e histórico, como en el fuero íntimo, inmaterial y privado. La palabra deseo resuena como un eco por todo el ensayo. Sabe que la experiencia es la forma más inmediata y segura del conocimiento y la señala como la cúspide de todos los saberes. Afirma que la sed de conocimiento, el hambre y el gusto de saber son los apetitos más recurrentes en la naturaleza humana y los analiza desde su propia experiencia y desde la de sus contemporáneos.