Muchos recuerdan a Carlos Valdés (1928) como director, en unión de Huberto Batis, de la importante revista literaria Cuadernos del Viento que, a principios de los años sesenta, abrió generosamente sus puertas a muchos escritores jóvenes. Hoy también se le conce como un escritor importante.
Valdés se inició como poeta en su natal Guadalajara, en la revista Ariel. Más tarde colaboró en la Revista de la Universidad (UNAM) al tiempo que estudiaba en el Colegio de México. Desde este tiempo se dedicó preferentemente a escribir cuentos en los que predomina lo imaginativo con incursiones a lo fantástico. Los personajes de sus historias son generalmente solitarios afectados por una suerte de fatiga anímica que les ha sido provocada por las mezquindad del mundo que los rodea. El autor enfila su aguijón contra varias instituciones sociales, a las que considera agencias cuyo único fin es aplastar el espíritu creador del hombre. Pese a todo, el tono de sus historias no es pesimista; puede observarse en el fondo de ellas la fe del autor en el triunfo final del espíritu humano. Esto puede verse sobre todo en El nombre es lo de menos (1961), donde la relativa carga negativa es contrapesada con el humor; donde la realidad desemboca en una rara fantasía y la imaginación ayuda a los personajes a encontrar una cierta lógica en el transcurso de los días.
“El narrador —escribe Valdés— sólo tiene un camino por delante: la sinceridad. Los cuentos en mayor o menor grado son autobiográficos. Infundirle a los personajes el aliento vital además de un arte es cuestión de principios. El cuentista que no es honrado se quedará en literato, en mantenido y vividor de las letras.”